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Capítulo 11 - Novela: Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona

Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona                   
Rafael López y Guillén

 
TERCERA PARTE
     
Barcelona 1.912


Capítulo Onceavo   



          Tras decirle la dirección donde iban, se subieron a la calesa descubierta.
         - No tenga prisa buen hombre, que vamos bien, son las siete de la tarde, así que tenemos media hora para llegar a tiempo - le dijo Juan Guillén al conductor.
         Se giró en su asiento y mirando a la jovencísima belleza, se vanaglorió de nuevo de su buen gusto. Ese pelo largo rojizo aquí, en Barcelona, no lo habrían visto muchos. Ya se dio cuenta al salir del Hotel Ritz, donde había cautivado todas las miradas de los presentes en ese momento, del recepcionista al recibir la llave de la habitación cuando la devolvieron, de los botones que habían cerca, como de los escasos clientes que deambulaban a esa hora tan incierta, hasta al portero que les abrió la puerta de salida a quien dedico una sonrisa.
     - Señor Guillén, ¿quiere que avise a una calesa? - se lo dijo mientras pasaban por la puerta que aguantaba.
     Un simple gesto con la cabeza sirvió para que el hombre, una vez fuera en la acera, les adelantara acercándose a la orilla de ella y tocara un pequeño silbido que llevaba colgado.
     Después el portero hizo un gesto tímido con la mano, eso sí, dirigido a él, para recibir la gratificación por hacer rápidamente su trabajo. Juan ya lo sabía, y eso lo hacía a la perfección. Todos estaban deseando que les llamara por cualquier pretexto, 'da buenas propinas' seguro que era la frase que se decían unos a otros.
     - ¡Querida disfruta de esta ciudad¡ Mira que temperatura tan agradable hace y apenas hay bullicio si lo comparamos con Londres - dijo Juan dirigiéndose a la chica que le acompañaba. Él a su vez se acomodó apoyando su espalda en el asiento de cuero, bien pulido y limpio, pues sino no lo dejarían estar en la puerta del hotel.
     Tenía ganas de volver a ver a sus amigos, pues hacía mucho tiempo de su última reunión con ellos. Hizo cálculos de memoria: ahora estamos en 1912, y desde 1888, hace veinticuatro años; una barbaridad de tiempo se dijo.
     Le gustaba el traqueteo con los baldosines. No notaba muchos baches en el trayecto, y aunque no tendría que estar pendiente de ello, pensó que Barcelona se conservaba bien. Aún se reclinó más en su asiento y su acompañante le paso un brazo bajo el suyo, luego apoyó su cabeza en su hombro.
     Juan recordó perfectamente el último día que les había visto: a las ocho y media de la mañana del domingo 24 de junio de 1888. Le sacaron esposado del calabozo y empujándole, le hicieron caminar por unos pasillos hasta llegar ante una puerta con un cartel donde se leía: 'COMISARIO'. Uno de los guardias golpeó dos veces la puerta y tras escuchar algo que solo él oyó, la abrió un poco para pasar solamente él, y la cerro tras de sí.
     Salió de nuevo el municipal y le dijo que pasara con un gesto. Abrió más la puerta y le introdujo acompañándole a la fuerza con una mano en su espalda que le empujaba.
     Vio muchos rostros que se giraron para verle. Sus amigos estaban sentados delante del que suponía sería el comisario, que estaba sentado tras su mesa mirándole.
     - Traedle una silla que no tengo más - ordeno al guardia que había quedado en la puerta. Luego dirigió su rostro al municipal que le había traído - suéltele las esposas y márchese.
         Al sentirse libre, Juan se frotó las muñecas con sus manos, mirando a sus amigos al mismo tiempo:     Claudio Bru, Carlos Pirozzini, Matías Muntadas, Salvador Sama y José Mansana y  también vio que estaba mesier Godard sentado al fondo. Todos estaban allí por él.
         Entró el municipal con una silla, que añadió a un lado de la mesa, el comisario quedaba en el centro, y sus amigos enfrente de él.
         El comisario habló.
         - Siéntese - le indicó su asiento, luego miró al guardia - cierre la puerta y déjenos solos.
         - Señor Juan Guillén Andrés - leyó mirando una hoja de papel que tenía ante sí, - por muy buenos amigos que tenga, aunque este delante nuestro Marqués de Comillas, el Comisario General de la Exposición, el Teniente de alcalde de Barcelona y dueño de la España Industrial, el Marques de Marianao, el dueño de Catalana de Gas y finalmente el propietario del Globo Cautivo que se incendió anoche, ¡no le librarán por haber matado a un hombre! 
         Nadie dijo nada. Todos debían de saber cómo fue. Se lo habrían dicho los unos a los otros, se debían de haber avisado.
         - Recapacitemos y repasemos los hechos, pues aunque está aquí escrito - lo señaló con dos golpecitos del dedo índice de su mano derecha - me gusta escuchar todas las versiones, y me extraña que no traiga a un abogado para que le defienda. - Se acomodó con su codo izquierdo en la mesa, puso su mano en su mentón y señaló con la otra mano a Juan - Joven, exponga su relato, empiece con algo antes del hecho para que me sitúe. 
         - Estaba siguiendo a Sousa desde que salió de su casa, que enfiló el camino hacia la exposición, lo que solía hacer cada tarde - comenzó Juan.
         - ¡Pare! ¿Seguía al asesinado desde hacía días? ¿Cuantos días y porqué? - preguntó el comisario.
         - Unos días antes de que se inaugurara el Globo Cautivo. El quince de junio fue el primer día que se abrió al público y yo trabajo allí desde entonces.
         - Cierto - comentó Godard - le contrate porqué hablaba varios idiomas, era joven y fuerte, gustaba a los clientes pues les explicaba las cosas que verían desde lo alto. Incluso ánimo al fotógrafo Antonio Esplugas a que realizara fotografías desde arriba de la ciudad, cosa que aún fue mejor, él le convenció pese a que Antonio le tenía miedo a las alturas.
         - ¡Cállese! Sólo responda cuando yo le pregunte - tajó la conversación el comisario.
         - Continúe - dijo mirando a Juan - trabaja allí y al mismo tiempo seguía al asesinado, ¿cómo es posible?. 
         - Cuando no trabajaba es cuando lo seguía, ya que sabía que ese hombre iba a ponernos una bomba en el globo. - dijo.
         - Pero que chaladura de bomba dice. ¡Usted está loco! - replicó enfadado el comisario.
         - Señor comisario, ¿puedo explicarle una cosa relacionada con esa bomba? - ahora habló Pirozzini, este hombre sabe comportarse, y domina las técnicas para ser escuchado: educación y dominio sobre su voz, pensó Juan.
         - Hable - le permitió.
         - Pedí personalmente hace unas semanas a Juan Guillen, que fuera a hablar con ese hombre llamado Sousa, que por cierto, creo que es un alias - aclaró y prosiguió. - Al encontrarse con él, vio a otro individuo sospechoso, del que consiguió su dirección. Al ir a su encuentro, ese hombre le disparó aunque sin herirle, y avisamos a la policía que acudió al domicilio donde encontraron una bomba. Era un anarquista nos dijeron ustedes la policía, que pretendían hacerla explotar en la inauguración de la estatua de Colón para atentar contra la reina regente y otras personalidades. Él - le señaló - lo evitó. El presidente del gobierno Sagasta me dio el encargo de felicitarle y agradecerle su acto de valentía.
         - Vaya, y ahora querían hacer lo mismo, que casualidad, ¿no será el anarquista? - preguntó desafiante el comisario.
         - Señor, ¿puedo hablar yo sobre el sospechoso?
         - Hable, señor Marqués de Comillas - autorizó a regañadientes.
         - Usted ha dicho que él había venido sin abogados. Le comunico que él es abogado, aunque no lo ejerza. Es periodista de La Vanguardia, lo conozco desde muy joven, en la universidad, donde ambos estudiamos abogacía. Imposible que sea anarquista. 
         - Caray, con que es periodista y abogado, con dominio de las lenguas, ¿qué coño hacia trabajando en ese globo? -explotó con furia dirigida hacia Juan.
         - Un día, por casualidad, pues creíamos que Sousa habría salido de la ciudad. Le encontré preguntando cuando se inauguraba la atracción. Es por eso me hice contratar. - replicó con un tono de voz tranquilo. Aunque su ropa arrugada hablaba de lo mal que lo estaba pasando.
         - Si trabajaba allí, ¡no podría hacerlo en su periódico! - dedujo el comisario.
         - ¿Puedo comentar yo algo referido a eso? - ahora era Matías Muntadas levantando el dedo índice de la mano derecha.
         - ¡Hable! - dijo con desgana el comisario.
         - Su esposa me solicitó ayuda pues había abandonado su trabajo y a ella. Me dijo que estaría en ese "maldito globo", citando sus palabras señor comisario. Fuimos a verle prácticamente todos - señaló a los presentes - para convencerle de que lo dejase, que recapacitara, pero fue inútil. 
         - Es verdad, no entendía que tanta gente con buena presencia fuese a hablar con él, un simple operario al que había contratado - dijo el dueño del globo sin permiso, cosa que mereció una mirada fulminante del comisario.
         - Recapacitemos, ¿qué pasó exactamente ayer noche, sábado 23 de Junio de 1888? - pidió explicaciones a Juan con la mirada.
         - Como cada día a las diez de la noche se encendían las luces de la fuente mágica y todas las personas que estaban en la exposición acudían allí. Está cerca del espacio donde está situado el globo, a partir de ese momento la gente ya no puede subir más en globo. Así que empezamos a recoger y a llevar las cosas al almacén que disponemos en el Pabellón de las Máquinas. Comenzó a llover, por lo que nos dimos prisa entre todos. Estaba con el señor Esplugas, Monsieur Godard y el capitán de vuelo que siempre acompaña a los quince pasajeros en la ascensión. En cada vuelo, debemos de introducir en la barquilla 30 kilogramos de leña para el horno, pues es con la calor como asciende - explicó de más. - Estábamos retirando la leña que había sobrado del último vuelo dejándola afuera en el suelo, en una hoguera que teníamos para ello. Algunos aún estaban prendidos. Guardamos la soga de treinta y pico metros entre todos. Al volver de uno de esos viajes de retirada de los útiles, encontré a Sousa introduciendo algo en el fuego apagado, en la caldera.
No me reconoció cuando le grité.
         - ¿Porqué no lo reconoció si dijo que había hablado con él? - pregunto el comisario.
         - Me había rasurado el bigote y por mi atuendo.  Normalmente voy con traje y sombrero - explicó - y continuó pues le hizo señas con la mano para que prosiguiera. - Me respondió: Nada muchacho, que se te había caído una rama y la he puesto dentro - me respondió, pero no le creí y se lo dije para desenmascararlo - ¿Sousa no será otra cosa? - el comisario y todos estaban pendiente de su explicación.
         - Sacó una navaja de un bolsillo y el capitán, que había vuelto y estaba más cerca, fue a enfrentarse a él. Yo le seguí en el intento. Souza hizo una pasada de lado a lado para asustarnos, el capitán se precipitó de golpe hacia él, pero recibió una herida en su costado, se cayó al suelo y luego Souza se encaró conmigo. Cogió una rama encendida de la hoguera y tras mirarme, fue hacia el globo. Yo no llevo arma alguna, así que pensé en lo que tenía encima: un cuadernillo donde apunto cosas y mi pluma. La saqué y le quité el capuchón. Se rió de mí, tiró el leño encendido al interior del globo y se abalanzó sobre mí. Le esquive y con la mano izquierda le agarre de su muñeca derecha, y con mi diestra empuñada con la pluma, se la clave en el cuello con fuerza. Le debí de cortar una vena, pues la sangre salió disparada y murió. Eso fue lo que pasó: defensa propia señor comisario.
         - ¿Y el globo? Aquí pone que se quemó entero - leyó esto último el policía.
         - Cuando llegué yo, de lejos vi la pelea y que el fuego estaba subiendo hacia arriba por las cuerdas de la cesta. Fui corriendo y logré cortar la cuerda prendida y las demás, pero no conseguí detenerlo. En un momento corrió el fuego por toda la superficie y se consumió en el suelo - dijo el dueño. - ¡Al menos salvé la cesta y el motor de vapor! - acabó resignado agachando la cabeza, pero la levantó y mirando a Pirozzini dijo - traeré otro que tengo en París en unos pocos días, habrá que darle un nombre nuevo, ¿del quemado al que llamamos España, ahora que le parece ponerle al nuevo, Cataluña?.
         - ¿Alguien miró en el interior de esa caldera? - preguntó el comisario.
         - No, señor comisario, el susto de la sangre, el fuego. Vino mucha gente con baldes improvisados hasta con sus sombreros cogíamos agua de la fuente mágica, y además enseguida llegó la guardia montada que estaban cerca. Me detuvieron tras explicarles que había sido yo el causante, y al resto también los trajeron aquí, al calabozo del ayuntamiento, aunque al poco les soltaron a todos, menos a mí.
         - ¡Guardia! - llamó con un potente chorro de voz al que estaría custodiando la puerta por fuera - Esta se abrió de inmediato y entró pues el comisario le hizo señas.
          - Envía inmediatamente a alguien a la exposición, que miren la caldera que hay en el interior de la cesta del globo. Con cuidado que puede haber un explosivo, ¡venga, rápido! - ordenó y salió corriendo el municipal.
         Volvió a inclinarse en su silla hacia atrás, recapacitando, y algo le vino a la mente, pues se volvió a apoyar en la mesa y miró a Juan.
         - Dijo que le seguía desde su casa, ¿dónde es? - preguntó. - También tendremos que registrarla, ¿cómo lo averiguó?
          - Tras verle ese día, sabiendo que estaba escondido en la ciudad, fui a uno de mis sirvientes y le compré unas cuantas prendas usadas de trabajador - se señalo el blusón que llevaba. - Luego, una vez ataviado como uno más, fui donde se habían establecidos los obreros que llegaron para ayudar a la construcción de las obras de la exposición: al Morrot, a la zona cercana a la cantera, y a Casa Antúnez. Allí lo vi saliendo de una barraca y yendo a otra que era la suya. Tiene una puerta pintada de amarillo, supongo que pintura sobrante de alguna cosa. Es una chabola en la que hay cuatro peldaños para llegar a la puerta. Está muy cerca del hostal. Por la puerta amarilla la reconocerán. - explicó Juan.
         Se levantó el comisario y salió fuera, cerró la puerta tras si dejándolos solos.
         - !Estás idiota de verdad¡ - fue lo primero que escuchó. El marqués de Comillas estaba de pie mirándole enfadado - ¿Acaso crees que eres policía?
         - Tranquilicémonos todos - dijo Pirozzini quien también se puso en pie e hizo gestos de separación con las manos - hay que pensar algo.
         - ¿Ya no estás con María Eugenia? - preguntó el marqués de Marianao acercándose al lado y dándole unas palmadas a la espalda - negó Juan con la cabeza.
         - Es legítima defensa. No te pasará nada seguro, pero no evitaremos un juicio, ¡será la comidilla de la exposición! - añadió el Marqués de Comillas.
         - Pues habrá que negociar. Yo siempre pienso en algo que quieran mis trabajadores a cambio - dejó caer Muntadas. 
         En ese momento de silencio, se escuchó un relincho de un caballo.
         - Habrá llegado ya ese policía. Está cerca si han ido a caballo a mirar - explico Mansana.
         - Ya lo tengo, dejadme hablar a mi - Pirozzini acaparó todas las miradas. - Estad unos minutos sin hablar, tengo que concentrarme en la forma de exponerlo.
         Quedaron todos callados, sentados cada uno en su sitio, aguardando el regreso del comisario. 
         Se abrió de golpe la puerta, era él.
         Tras sentarse en su mesa, les miró a todos. No se le veía enfadado. También estaba pensando. 
         - Señores esto es complicado para todas las partes. Efectivamente, había un artefacto explosivo en el interior de la caldera. Suponemos que sería para que estallase al día siguiente cuando comenzara el fuego - hizo una pausa - su testimonio y ayuda es creíble - miró a Juan - pero tenemos un asesinato y eso es muy grave - ahora les miró a todos.
         - ¿Si me permite la palabra, señor comisario? - habló Pirozzini, a este hombre no se le podía decir que no pensó el policía, hizo una seña afirmativa con la cabeza.
         - Tenemos un grave problema todos - hizo una seña general. - No solo por el final, sino en el futuro y en el presente - todos le miraban y nadie le comprendía, pero sabían que algo iba a decir. Se puso en pie.
         - Yo, como Comisario general de la Exposición de Barcelona, no puedo permitir que se diga que sufrimos atentados. Aún quedan muchos días, hay muchas cosas apalabradas, compromisos, y sólo con que los diarios lo contasen, sería nuestra ruina, pero no solo para nosotros, - ahora miró a Muntadas - sino para el Ayuntamiento de Barcelona. Sería bochornoso. No somos ni competentes para vigilar. La ciudad entera sería repudiada. Las fuerzas municipales - ahora miró al comisario - demostrarían ineptitud y rodarían cabezas - lo dejó allí. - No se dejaría que hubiese otros globos cautivos en otras exposiciones o lugares; sería su ruina - ahora miro al dueño del globo. - Este hombre - señaló a Juan - a pesar de ser un héroe, por segunda vez, sería juzgado y posiblemente sufriría algún tipo de castigo por un tiempo en prisión.
         Paro, aunque siguió de pie, estaba esperando. Todos pensaban lo mismo, ¿el qué?.
         - ¡Diga, seguro que ha pensado una solución! - no pudo más y solicitó que continuase el comisario.
         - Un acuerdo señor comisario, un compromiso verbal que satisfaga a todos. ¿Quiere escuchar mi propuesta? - Preguntó mirándole directamente.
         Afirmó con la cabeza. Se echo hacia atrás en su asiento, se cruzo de piernas, apoyo el codo y se sujetó el mentón con la mano, seguro de que no le gustaría lo que iba a escuchar.
         - Cada día vengo a este edificio. El olor y ruido de los animales no es el correcto para este lugar público y concurrido. Le propongo un cambio, yo, como Comisionado de la Exposición, a su finalización, le cederé el lugar, el pabellón en la Galería de las Máquinas, donde guarda su globo el señor Godard, para que se monté allí una cuadra, que él - señalo al francés - pagará gustosamente su adecuación. El ayuntamiento verá aliviado ese traslado y también votará a favor - miro a Muntadas que afirmó. - Diremos a la prensa que en la tormenta de ayer, un rayo cayó sobre el globo y lo quemó, que, en breve será repuesto con el compromiso del señor Godard, pues tiene otro en París, y que en ese incendio el capitán de vuelo sufrió unas quemaduras de las que en breve se recuperará. Hablaremos con el alcalde Rius y Taulet para explicar que discretamente hemos acabado con el anarquista fugitivo, donde la daré la gloria a usted señor comisario. Y usted a cambio dejará libre al señor Juan Guillén Andrés. ¿Nos comprometemos todos en ello?
         - Señor Pirozzini, es una solución que creo nos gusta a todos. Pero hay una cosa que no me gusta. - comenzó la replica el comisario - ¡Que él salga inmune! - señaló a Juan, aunque miraba al comisionado.
        
        
   



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