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Capítulo 3 - Novela: Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona

Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona
Rafael López y Guillén



Capítulo Tercero   




          De espaldas a él, también de pie, veía a su padre mirar fijamente la farola, alzando la cabeza, quieto, esperando, apoyadas ambas manos en el bastón, con la chaqueta abierta dado el grosor de su barriga sobresaliéndole los pelos blancos por ambos lados del bombín.
         - Ves, otra vez ha fluctuado y se ha apagado un momento. - acompañó la voz con su brazo y bastón indicándole a la luz.
         - Sí, padre, lo he visto. Ya lleva unas cuantas en el rato que estamos aquí. Volvamos a casa, que ya hemos hecho una buena ronda. Hemos ido por Nou de la Rambla, por la calle Ferrán, las Ramblas hasta Plaza Cataluña y ahora aquí, en el Paseo de Gracia, los cuatro ramales iniciales.
         - Buenas noches señor Mansana - le dijo un hombre al pasar.

         - Habrá sido a ti, no le conozco. - comentó el padre.
         - Hombre padre, yo creo que a José Mansana Doré, le conocen más personas que a mí, José Mansana Terré. - respondió el hijo. - Tú eres el gerente de la sociedad Catalana de Gas. Yo soy uno de tus ayudantes.
         Se giró el padre y comenzaron a bajar en dirección a su casa.
         - Algún día tú la dirigirás, seguro. - habló mientras caminaban juntos.
         Hacía pocas semanas que había comenzado el alumbrado eléctrico en España. La empresa que dirigía su padre suministraba gas a los particulares de Barcelona, no la iluminación pública, la concesión se la había quitado el enemigo de su padre, Lebon el francés, como le llamaba con desprecio su mentor.
         - La iluminación da calor, ¿no lo has notado?. Esas lámparas de arco voltaico fallan mucho y se estropean. - De nuevo levantó el bastón para indicarle una farola apagada a lo lejos. Seguro que cuando pasaran junto a ella se lo repetiría.
         La parte buena no la decía: las farolas de gas tenían que pasar encendiéndolas una a una, aunque en algún sitio de América le habían dicho que se encendían solas al llegar el gas. A pesar de todo, él personalmente creía que en un futuro tendría más uso. Ahora la compañía de luz no tenían nada cableado, al contrario que las compañías de gas, que tenían tuberías ya tendidas por toda la ciudad.
         - Espero que solo se dediquen al alumbrado público y no a las casas particulares. Ahí es donde Catalana de Gas está dando el servicio ahora. ¡Que se joda ese francés!.- dijo de malas formas para variar, cuando se refería a Lebon. A su compañía, Gas Municipal le había puesto de nombre, le había quitado la concesión, y a punto estuvo de quitarle su fábrica de carbón, menos mal que los tribunales fallaron a favor de los intereses de su padre.
         Cambió de energía mentalmente, esta Compañía Barcelonesa de Electricidad era la pionera en España. Comenzó el mes pasado en agosto en Comillas. Antonio López hizo llevar lámparas desde Newcastle y Paris, y la máquina de vapor desde aquí, Barcelona. Cuando tuvo de huésped al Rey Alfonso XII, allí en Comillas hizo el consejo de ministros con iluminación eléctrica por primera vez, y ahora en Septiembre de 1881, llega la electricidad a algunas calles y locales de Barcelona.
         Rió su padre. Enseguida vendría su logro contra su enemigo, adivinó - ¡La cara que puso cuando le quité el alumbrado público del pueblo de Sant Andreu!.
         Su padre contra Lebon, una y otra vez, y él, que había estudiado Derecho, y luego otra carrera Ingeniería industrial, aún no le llegaba a la suela de los zapatos a su padre. Además de gerente, había creado una empresa propia de gas: Gas Mansana, en la que él le ayudaba, y cuatro fábricas de carbón. Su padre empezó de ayudante de escritorio en Catalana de Gas y ahora era el administrador general. Si tenía mucha fuerza y tozudez.
         Pero él sí que temía que la electricidad llegara a las casas. El alumbrado público sería cuestión de tiempo y de dinero. El Ayuntamiento de Barcelona tiene una gran demora en sus pagos hacia las compañías. Ya le costó a su padre cobrar cuando le quitaron la licencia dándosela a Lebon. Y con esa clausula de Progreso de la Ciencia que habían incluido en la concesión, el ayuntamiento podría retirar la licencia de concesión cuando quisiese, si significaba un gran avance durante el tiempo de la concesión. Lo había confirmado. Esa cláusula la ponían en práctica todos los países europeos. Ahora sólo estaban llevando un ensayo. Aún no era un competidor para los empresarios gasistas, pero él sí que lo suponía. Había ido personalmente, sin que lo supiese su padre, a ver esa antigua fábrica de hilados de la calle del Cid, desde donde salió el primer tramo hasta Nou de la Rambla. Les había extraído información sin saberlo ellos, pues él no era conocido. - Soy un posible inversor - había dicho. Su gran propósito era dar iluminación a los numerosos locales y comercios de la zona central de la ciudad: el teatro Principal, el Gran Liceo, los almacenes El Siglo, el Círculo Ecuestre.
         Menos mal, que Lebon y su primer socio, Pedro Gil Babot ese empresario naviero primero, y banquero después, no se llevaban bien. Este hombre había capeado los distintos regímenes políticos. Su padre lo conocía bien. Le envidiaba su gran colección de obras de arte. Velázquez, Murillo y muchos más pintores que le había comentado su padre.
         Cambió de tema para deleitarle con lo que le gustaba.
         - Me han dicho que para la Merced, ya podrás visitar el Gran Pabellón Japonés. Aquí arriba, en Gran Vía con Paseo de Gracia. - el hijo señaló con el dedo pulgar a su espalda.
         Se paró su padre y le miró a los ojos, su sonrisa de oreja a oreja le hacía descubrir su gran pasión: el arte Japonés. Tenía una esplendida colección particular en casa.      
          - Si - contestó - me han dicho que traerán trajes de las diferentes clases sociales, los pondrán en maniquíes, muchas piezas de arte que expondrá Carlos Maristany. A ver si puedo hablar con él para que me informe de más lugares, aparte de París, donde las compro habitualmente, para que no me vuelvan a timar, como me pasó con las sillas que un anticuario de aquí me dijo que eran falsas.
         Llegaron a los primeros números del Paseo de Gracia y entraron en su casa.
         Mientras subían la escalera hacia el principal, José hijo pensaba en el sobre azul que había recibido, no había querido comentarle nada a su padre. Ya tenía muchas cosas en la cabeza. 
  

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