Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona
Rafael López y Guillén
Capítulo Octavo
Qué agradable día de mayo hacia, pensaba Juan mientras salía de la muchedumbre, del gentío. Había dejado atrás a sus amigos y enfiló hacia la salida que llevaba a la estatua de Colón.
Ahora que había menos gente, le agradó más aún el paisaje, este jardín, este recinto de La Ciudadela, ese verdor del césped, el colorido de las flores plantadas, que contrastaba con la tierra, y le gustaba. Este Fontserè ha realizado un estupendo trabajo, pensó. Llegaba ya al cercado de forja, y tras cruzarlo por la puerta pequeña se dio la vuelta; Gaudí había realizado un gran diseño, y esas figuras en hierro, parecían los guardianes en lo alto de los palos. Bajo ellos reconoció perfectamente el escudo de la ciudad de Barcelona. Ese casco era el de Jaime I, y ese dragón alado, ya le empezaba a ser hasta reconocible, siendo la marca del diseñador. Esplendidas esas farolas de seis brazos. Cuando fuese de noche, pronto, seguro que pasarían para encender el gas e iluminar.
Se volvió y se agachó para darse con la mano para limpiar los bajos de los pantalones; alisó su chaqueta tirando de ella hacia abajo con fuerza y, finalmente, limpió con suavidad el cuero de las solapas que estaban de moda. Seguía siendo presumido, pensó, aunque los años pasaban, no lo podía remediar. Se tocó el sombrero de copa para dejarlo como a él le gustaba y comenzó a andar.
Tenía un rato de caminata. Al final de la calle veía la finalmente casi acabada estatua de Colón. El próximo uno de junio, sería el día que comenzaría a funcionar el ascensor; ese invento tan útil, el primero que tendría la ciudad. Mira que ha costado ... varias veces presentado a concurso, hasta que se realizó al final coincidiendo con la exposición. Sonrió, si, ese dedo que todos dicen que señala a las indias, a las Américas, pero que según le dijo Pirozzini, lo hacía verdaderamente en dirección a Mallorca, pero quedaba mejor a la vista, si el dedo señalará a América, señalaría que subieran por las ramblas, rió mentalmente. Esta semana habían unido las dos partes de la estatua, en breve la subirían. Cinco años teniendo ahí delante esos cuatro grandes andamios, que se veían perfectamente desde allí donde caminaba, y sobre todo, los verían los que bajaran andando por Las Ramblas. Si se hubiera tenido que acabar con donaciones, como empezó, aún no estaría ni a la mitad. Menos mal que el ayuntamiento se ha encargado de que estuviese acabado. Él acudiría personalmente el día de la inauguración, pues se había 'ofrecido' de nuevo sonrió.
Llegó al primer gran edificio, con pórticos, de Xifré, y al siguiente, donde había estado viviendo unos años, en el edificio de Antonio López, el padre de su amigo Claudio López Bru, actual Marqués de Comillas. Le gustaban estos soportales que daban sombra. Ya se veía a lo lejos su destino: el Gran Hotel Internacional.
El modernismo catalán. Esto de tener tantos amigos arquitectos le hacía decir palabras, ver cosas, que no eran las habituales. Lástima que se tuviese que derribar cuando se acabase la exposición, los terrenos eran del puerto. Fue un desafío para la ciudad, que no podía considerar no tener un gran hotel, un alojamiento diferente a las fondas habituales, por lo que se copió la forma de hacerlos del suizo Cesar Ritz, un hotel que fuese agradable, acogedor y con una capacidad suficiente para los forasteros que viniesen durante la exposición. Tenía más de cuatro plantas de altura, y seiscientas habitaciones, para alojar a dos mil huéspedes. Cuando se dijo que acabaría a finales del año pasado, él mismo dijo que sería imposible, pero se equivocaba. En Marzo ya estaba construido. Para ello habían trabajado día y noche, con focos eléctricos, casi un millar de albañiles, yeseros, pintores y carpinteros simultáneamente. Una proeza de cincuenta y tres días, con una huelga incluida.
Ya llegaba a la entrada, que vislumbraba cerca y levantó la vista para apreciar su altura. En el tercer piso había una parte que sobresalía haciéndolo más grande.
Se acordó de los comentarios que le había dicho Luis Domènech y Montaner, que el suelo era muy malo, pues antes habían ahí unas murallas y no podían hacer bien los fundamentos, por lo que usaron maderos de las vías de tren, uniéndolos entre sí por mahonés, para hacerlos más consistentes, porqué sino corría peligro de desnivelarse el edificio entero.
Llegó a la entrada que era un túnel que llevaba a un patio interior. Al llegar casi al final, escuchó unos cascos de caballos, por lo que se hizo a un lado para dejar pasar la calesa tirada por dos bellos caballos blancos. En su interior descubierto un hombre al que no reconoció, junto a su esposa que se tapaba con una sombrilla llegaron a la escalinata del patio interior que daba a la entrada al hotel. Abajo de los escalones vio al hombre que buscaba. Estaba apoyado en el final del pasamanos hablando con un hombre, un trabajador con blusón azul y gorra. Juan retrocedió y se introdujo de nuevo en el corredor, donde vio a un muchacho, un botones del hotel que entraba desde la calle en su dirección, le hizo una seña con la mano.
- ¿Quieres ganarte cinco pesetas? - le preguntó al chico, que lógicamente asintió rápidamente con la cabeza.
Juan se introdujo la mano en su bolsillo y saco una moneda.
- Toma esto, el resto cuando acabes el trabajo. Ahora voy a ir hacia el hotel. En la escalinata hay un hombre, un cliente hablando con un operario, quiero saber quién es ese trabajador, donde vive y a que se dedica. Seguro que cuando vaya yo, el se despedirá, por lo que síguelo y averígualo todo. Yo estaré dentro en el bar. Escríbemelo y me lo entregas, ¿sabes escribir? - preguntó otra vez, obteniendo una afirmación con la cabeza.
Entró al gran patio y se fue en dirección al gallego.
El gallego lo vio venir y le sonrió a distancia, luego le dijo algo al hombre con el que hablaba que se volvió y se fue en busca de la salida a la calle. Se cruzaron sus miradas. Aunque no vislumbró nada. Quizás se equivocara en su intuición.
- Souza, a usted venía a ver. Imaginaba que un hombre con su distinción se alojaría aquí - comenzó a hablar Juan Guillén Andrés.
- Por supuesto Guillén, buen hotel a fe mía, y he visto muchos. Si quiere hablar conmigo, puesto que es la hora adecuada y si no tiene otro quehacer, le invito a comer - le contestó haciéndole sitio para subir la escalera y levantó la mano señalándole la entrada.
Entraron y pasaron junto a la recepción. El gallego le hizo de Cicerone para que fuesen a la parte donde servían las comidas, había muchas mesas llenas, algunas con familias, muchas con parejas de mediana edad, de un alto nivel económico por supuesto. Un maître les acompañó a una mesa con vistas al paseo de las palmeras y al mar.
Tras pedir la comida, les sirvieron una copa de vino para esperarla.
- ¿Como está la Torre Eiffel? - preguntó para dar un rodeo y dejarle hablar para que cogiese confianza.
- Acabada ya. Será magnifica, es mucho más alta que su emblemática estatua - señaló la escultura - respondió, que raro había leído que aún no estaba acabada, pero no quiso llevarle la contraria.
- ¿Sabía que su amigo Serrano propuso al ayuntamiento de Barcelona, que la construyera aquí en lugar de en París? - lanzó otro dardo certero, pues vio el desconcierto en su cara, pues no lo sabía.
- Sí, pero resultaba muy cara, Pirozzini como secretario de la exposición me lo comentó, por lo que fue desechado ese proyecto - continuó llevando el peso de la conversación, pues vio que el hombre con él no era elocuente. - He leído en el Washington Post, que en Chicago hace cuatro años, alzaron un edificio con diez pisos de altura con la misma estructura de hierro con la que trabaja Eiffel, le han llamado Home Insurance Building. - dejo pasar unos segundos.
- Sousa, quiero realizarle una pregunta, y esperaría que me la respondiera con la máxima memoria que pueda - comenzó.
- Por supuesto, si está en mis manos, no se preocupe amigo mío - le respondió el gallego.
- Ayer entregó un papel a nuestro alcalde. Pirozzini me ha pedido que intente averiguar algo más - hizo un pequeño impás y se acercó a él. - ¿Recuerda qué ponía en dicha nota?.
El gallego también se le había acercado, y le respondió en voz muy baja, dándole aspecto de secretismo.
- Ponía que se le había acercado un hombre, un gallego, pues le dijo "ya verían esos señoritos de Barcelona como las tomamos los gallegos. Cuando nos quitan algo nuestro, en pocos días se leerá en la prensa", también ponía que se alejó de él sin darle tiempo a más. Como le dije que yo pensaba acudir a la inauguración, me lo escribió para que se lo entregase a Rius y Taulet en persona - respondió, y se acomodó de nuevo apoyando la espalda en la silla.
- Va, no creo que sea nada - finalizó.
- Puede ser - respondió el periodista mientras intentaba memorizar las frases sacadas.
Les trajeron el primer plato y comenzaron a comer. Al momento un camarero se le acerco.
- Señor, ese botones quiere hablar con usted - dijo señalando al muchacho que estaba en la puerta del comedor, no le dejaban pasar.
- ¡Dígale que venga! - le pidió al camarero, que con un gesto de la cabeza advirtió al otro camarero que retenía al botones, que le soltó y empujó para hacerle acudir rápidamente.
Antes de que llegase, y de que hablara de más, Juan hizo una seña con el dedo a los labios para que no hablase.
El chico le tendió un papel doblado, Juan lo desdobló y leyó:
Migueló
Avinyo número 8, segundo primera
trabaja en la estatua de colón
Había realizado bastante bien el recado, introdujo su mano en el bolsillo y busco ese gran duro de Amadeo I que sabía tenía en él. Se lo dio y el rostro del botones se iluminó. Se agacho haciéndole un par de reverencias y caminando de espaldas, se volvió y salió corriendo del comedor.
- Buena propina le ha dado - dijo Souza, pues se había fijado.
- Hay cosas que se las merecen - contestó a su vez el periodista.
En ese momento, hubo un pequeño alboroto en la mesa que estaba a su lado. Unas palabras que solo entendió Juan, pues la voz elevada hablaba en Alemán.
- ¡Se ahoga, ayúdale! - una voz nerviosa de mujer.
Juan se giró y vio que en la mesa de al lado, todos estaban pendiente de un hombre que estaba a su espalda, un hombre de mediana edad, muy corpulento. Otro hombre parecido que estaba junto a él se levantó y empezó a agitarlo con violencia.
La voz de otra mujer, se convirtió en chillido. Todas las mesas miraban en esa dirección, y todos los comensales de la mesa estaban de pie.
Juan también se levantó y comenzó a darle fuertes golpes en la espalda al hombre, que estaba terriblemente enrojecido. De golpe, escupió algo que cayó en el centro de la mesa un hueso, seguro que era lo que le estaba ahogando.
- ¿Está bien? - pregunto en Alemán al casi asfixiado, que le miró, le puso la mano en el hombro y le respondió con un gesto de su cabeza, pues aún no podía hablar.
Las dos mujeres que habían en la mesa, la rodearon y fueron a abrazar al salvado. El otro hombre, más alto y más fornido que el accidentado se le acercó.
- Habla usted mi idioma, lo cual es un placer. Le agradezco enormemente que haya salvado a mi amigo, sino llega a ser por sus golpes, creo que se habría ahogado. Nosotros no sabíamos ni que le ocurría - dijo el hombre.
Sousa y el resto de la gente cercana, les miraba sin entender lo que hablaban.
Otro hombre, de una mesa también cercana, se le acercó y felicitó dándole la mano, y la elevó, se giró y hablo para el público.
- ¡Bravo por el salvador!. - Lo dijo en francés.
- Por favor señor, no ha sido nada. No me avergüence. Usted habría hecho lo mismo - le respondió en su mismo idioma.
Se sorprendió al oírle, y le soltó - sí, - pero aplaudió a rabiar, e hizo que el resto de sus contertulios de mesa y de toda la sala, aplaudieran.
Se le volvió a acercar.
- Le doy mi enhorabuena caballero, me llamo Eugène-Rene Poubelle, prefecto del departamento del Sena, ¿con quién tengo el gusto de hablar?.
- Me llamo Juan Guillén Andrés - paró de hablar un segundo, pensado - perdone pero soy periodista, su apellido Poubelle, ¿es usted por casualidad quien ha obligado a que la basura de los Parisinos sea depositada en cubos?.
- Cierto amigo hace cuatro años, pero no solo en cubos, sino en diferentes cubos para separar los residuos según sean. Muchos problemas me han dado, pero si no lo hacemos así, con la cantidad de basura que se genera, no cabremos en este mundo.
Se despidió y Juan volvió a su asiento junto a Sousa. Todos ya habían vuelto a sus comidas, el ambiente se había tranquilizado y la música suave de los artistas presentes había vuelto.
Ahora, el que se acercó, fue el alto alemán, que se sentó en el asiento que había libre más cercano a él.
- Muchas gracias caballero - habló en alemán, sin importarle que Sousa no entendiese nada. - Me alegro que sepa nuestro idioma, por favor - se dirigió también a Sousa - pasen a nuestra mesa, sería un honor que recibiera el agradecimiento de mi familia.
- Sousa, vamos a sentarnos con ellos - le explicó.
Les hicieron sitio. Aunque apretados cabían, los camareros hicieron rápidamente el cambio de sus platos y vasos.
- No hay muchas personas que hablen nuestro idioma en su ciudad - comenzó el hombre.
- Soy periodista y llevo el extranjero, por lo que tengo que saber idiomas. Leo, no con tanta frecuencia como quisiera, el Allgemeine Zeitung de vez en cuando, y casi cada año voy unos días a su país, generalmente a Berlín. Tuve que escribir que se murió su Káiser Guillermo I el pasado Marzo, y ahora es el Emperador Federico III que por cierto, ¿como esta de salud?. No lo dicen muy claro sus periódicos.
- Mal, bastante mal. No creo que dure mucho. Seguro que su hijo le sucederá. Pero, no hablemos de cosas tristes, tiene que venir a mi ciudad, a Hamburgo.
Le señalo al accidentando.
- Reinhold Bernhard lleva ya un año en su ciudad, es una eminencia en su trabajo, es ornitólogo. Quiere hacer aquí un Zoo, como el que tenemos en nuestra ciudad, pero entre sus problemas de edad y - dejó un segundo sin hablar - los de comunicación, apenas habla español...
- Quizás le sea yo útil, hablar, hablo bien - rieron ambos - y sí, tengo muchos contactos - se sacó la cartera y extrajo de ella una tarjeta que se la tendió al pobre Reinhold que se estaba aún recuperando; los escuchaba pero no tenía fuerza para hablar.
Se dirigió a las mujeres que estaban calladas escuchándolas.
- Señoras, les voy a hacer una recomendación para que hagan una visita a esta ciudad, desde un sitio diferente.
- Díganoslo por favor - respondió la mujer más mayor.
- El dos de abril pasado, tuve el honor como periodista de realizar el viaje inaugural de unas embarcaciones cercanas, se llaman Las Golondrinas, son pequeñas catorce o quince metros de eslora, y caben un centenar de pasajeros. Están aquí mismo, en esas escaleras que descienden al mar - señaló en ese sentido - pueden subir a su cubierta, les llevará un rato por el puerto hasta otras escaleras al otro lado, las escaleras de la sal. Verán esta bonita ciudad desde otro sitio y disfrutarán tomando un poco de sol y aire, para olvidar este acontecimiento - ahora se dirigió a los hombres, - tiene un motor a vapor pequeño, pero muy robusto que hemos realizado aquí, en Barcelona, en los talleres de La Maquinista Terrestre y Marítima. ¡No sólo ustedes tienen buenas fábricas! - rieron todos.
- Señores, lo siento, pero me tengo que ir, tengo unas obligaciones - dijo poniéndose de pie, y finalizando la comida, se despidió de todos, Sousa hizo lo mismo, aunque sin saber quiénes eran y lo que hacían.
Se despidieron al llegar al patio central, arriba de la escalera.
- Quizás nos volvamos a ver - comentó el periodista.
- Por supuesto amigo - respondió Sousa.
Cruzó el patio hasta llegar a la calle. Sacó de nuevo el papel doblado, aunque no le hacía falta, tenía muy buena memoria y se encaminó hacia esa dirección que estaba cerca.
Llegó a la calle, y tras buscar el número, miró hacia arriba; en muchos de los balcones había ropa tendida.
Se acercó a la pequeña y estrecha puerta de madera, cogió la aldaba, golpeó con fuerza dos veces seguidas y espero un momento. Repicó otra vez más. Segunda planta, primera puerta. Esa es la forma de llamar aquí que no hay portero, si fuese a la primera planta no habría repique. Se acordó de que haría ruido la cadena de hierro, cuando tiraran de ella para abrir la puerta, por lo que acercó la oreja a la puerta de madera. Pasados un par de minutos, repitió el toque.
Desanduvo la calle, hasta llegar al cruce y esperó allí. Escuchó un golpe de una puerta, volvió a entrar en la calle y vio al operario que se iba por la calle, en sentido contrario a donde él estaba.
- ¡Miqueló! - le gritó.
Vio que el hombre se giraba por su derecha y que luego introdujo su brazo derecho en sus pantalones; vio como le apuntaba con una pistola y escuchó el disparo.
Su sentido común le hizo girarse y notó el ruido que pasó muy cercano, noto un pequeño forcejeo en su propio ropaje. Vio que el citado Miqueló corría como alma en pena, él se miró sus ropas y en su solapa derecha, en su precioso cuero, vio un pequeño orificio.
Rafael López y Guillén
Capítulo Octavo
Qué agradable día de mayo hacia, pensaba Juan mientras salía de la muchedumbre, del gentío. Había dejado atrás a sus amigos y enfiló hacia la salida que llevaba a la estatua de Colón.
Ahora que había menos gente, le agradó más aún el paisaje, este jardín, este recinto de La Ciudadela, ese verdor del césped, el colorido de las flores plantadas, que contrastaba con la tierra, y le gustaba. Este Fontserè ha realizado un estupendo trabajo, pensó. Llegaba ya al cercado de forja, y tras cruzarlo por la puerta pequeña se dio la vuelta; Gaudí había realizado un gran diseño, y esas figuras en hierro, parecían los guardianes en lo alto de los palos. Bajo ellos reconoció perfectamente el escudo de la ciudad de Barcelona. Ese casco era el de Jaime I, y ese dragón alado, ya le empezaba a ser hasta reconocible, siendo la marca del diseñador. Esplendidas esas farolas de seis brazos. Cuando fuese de noche, pronto, seguro que pasarían para encender el gas e iluminar.
Se volvió y se agachó para darse con la mano para limpiar los bajos de los pantalones; alisó su chaqueta tirando de ella hacia abajo con fuerza y, finalmente, limpió con suavidad el cuero de las solapas que estaban de moda. Seguía siendo presumido, pensó, aunque los años pasaban, no lo podía remediar. Se tocó el sombrero de copa para dejarlo como a él le gustaba y comenzó a andar.
Tenía un rato de caminata. Al final de la calle veía la finalmente casi acabada estatua de Colón. El próximo uno de junio, sería el día que comenzaría a funcionar el ascensor; ese invento tan útil, el primero que tendría la ciudad. Mira que ha costado ... varias veces presentado a concurso, hasta que se realizó al final coincidiendo con la exposición. Sonrió, si, ese dedo que todos dicen que señala a las indias, a las Américas, pero que según le dijo Pirozzini, lo hacía verdaderamente en dirección a Mallorca, pero quedaba mejor a la vista, si el dedo señalará a América, señalaría que subieran por las ramblas, rió mentalmente. Esta semana habían unido las dos partes de la estatua, en breve la subirían. Cinco años teniendo ahí delante esos cuatro grandes andamios, que se veían perfectamente desde allí donde caminaba, y sobre todo, los verían los que bajaran andando por Las Ramblas. Si se hubiera tenido que acabar con donaciones, como empezó, aún no estaría ni a la mitad. Menos mal que el ayuntamiento se ha encargado de que estuviese acabado. Él acudiría personalmente el día de la inauguración, pues se había 'ofrecido' de nuevo sonrió.
Llegó al primer gran edificio, con pórticos, de Xifré, y al siguiente, donde había estado viviendo unos años, en el edificio de Antonio López, el padre de su amigo Claudio López Bru, actual Marqués de Comillas. Le gustaban estos soportales que daban sombra. Ya se veía a lo lejos su destino: el Gran Hotel Internacional.
El modernismo catalán. Esto de tener tantos amigos arquitectos le hacía decir palabras, ver cosas, que no eran las habituales. Lástima que se tuviese que derribar cuando se acabase la exposición, los terrenos eran del puerto. Fue un desafío para la ciudad, que no podía considerar no tener un gran hotel, un alojamiento diferente a las fondas habituales, por lo que se copió la forma de hacerlos del suizo Cesar Ritz, un hotel que fuese agradable, acogedor y con una capacidad suficiente para los forasteros que viniesen durante la exposición. Tenía más de cuatro plantas de altura, y seiscientas habitaciones, para alojar a dos mil huéspedes. Cuando se dijo que acabaría a finales del año pasado, él mismo dijo que sería imposible, pero se equivocaba. En Marzo ya estaba construido. Para ello habían trabajado día y noche, con focos eléctricos, casi un millar de albañiles, yeseros, pintores y carpinteros simultáneamente. Una proeza de cincuenta y tres días, con una huelga incluida.
Ya llegaba a la entrada, que vislumbraba cerca y levantó la vista para apreciar su altura. En el tercer piso había una parte que sobresalía haciéndolo más grande.
Se acordó de los comentarios que le había dicho Luis Domènech y Montaner, que el suelo era muy malo, pues antes habían ahí unas murallas y no podían hacer bien los fundamentos, por lo que usaron maderos de las vías de tren, uniéndolos entre sí por mahonés, para hacerlos más consistentes, porqué sino corría peligro de desnivelarse el edificio entero.
Llegó a la entrada que era un túnel que llevaba a un patio interior. Al llegar casi al final, escuchó unos cascos de caballos, por lo que se hizo a un lado para dejar pasar la calesa tirada por dos bellos caballos blancos. En su interior descubierto un hombre al que no reconoció, junto a su esposa que se tapaba con una sombrilla llegaron a la escalinata del patio interior que daba a la entrada al hotel. Abajo de los escalones vio al hombre que buscaba. Estaba apoyado en el final del pasamanos hablando con un hombre, un trabajador con blusón azul y gorra. Juan retrocedió y se introdujo de nuevo en el corredor, donde vio a un muchacho, un botones del hotel que entraba desde la calle en su dirección, le hizo una seña con la mano.
- ¿Quieres ganarte cinco pesetas? - le preguntó al chico, que lógicamente asintió rápidamente con la cabeza.
Juan se introdujo la mano en su bolsillo y saco una moneda.
- Toma esto, el resto cuando acabes el trabajo. Ahora voy a ir hacia el hotel. En la escalinata hay un hombre, un cliente hablando con un operario, quiero saber quién es ese trabajador, donde vive y a que se dedica. Seguro que cuando vaya yo, el se despedirá, por lo que síguelo y averígualo todo. Yo estaré dentro en el bar. Escríbemelo y me lo entregas, ¿sabes escribir? - preguntó otra vez, obteniendo una afirmación con la cabeza.
Entró al gran patio y se fue en dirección al gallego.
El gallego lo vio venir y le sonrió a distancia, luego le dijo algo al hombre con el que hablaba que se volvió y se fue en busca de la salida a la calle. Se cruzaron sus miradas. Aunque no vislumbró nada. Quizás se equivocara en su intuición.
- Souza, a usted venía a ver. Imaginaba que un hombre con su distinción se alojaría aquí - comenzó a hablar Juan Guillén Andrés.
- Por supuesto Guillén, buen hotel a fe mía, y he visto muchos. Si quiere hablar conmigo, puesto que es la hora adecuada y si no tiene otro quehacer, le invito a comer - le contestó haciéndole sitio para subir la escalera y levantó la mano señalándole la entrada.
Entraron y pasaron junto a la recepción. El gallego le hizo de Cicerone para que fuesen a la parte donde servían las comidas, había muchas mesas llenas, algunas con familias, muchas con parejas de mediana edad, de un alto nivel económico por supuesto. Un maître les acompañó a una mesa con vistas al paseo de las palmeras y al mar.
Tras pedir la comida, les sirvieron una copa de vino para esperarla.
- ¿Como está la Torre Eiffel? - preguntó para dar un rodeo y dejarle hablar para que cogiese confianza.
- Acabada ya. Será magnifica, es mucho más alta que su emblemática estatua - señaló la escultura - respondió, que raro había leído que aún no estaba acabada, pero no quiso llevarle la contraria.
- ¿Sabía que su amigo Serrano propuso al ayuntamiento de Barcelona, que la construyera aquí en lugar de en París? - lanzó otro dardo certero, pues vio el desconcierto en su cara, pues no lo sabía.
- Sí, pero resultaba muy cara, Pirozzini como secretario de la exposición me lo comentó, por lo que fue desechado ese proyecto - continuó llevando el peso de la conversación, pues vio que el hombre con él no era elocuente. - He leído en el Washington Post, que en Chicago hace cuatro años, alzaron un edificio con diez pisos de altura con la misma estructura de hierro con la que trabaja Eiffel, le han llamado Home Insurance Building. - dejo pasar unos segundos.
- Sousa, quiero realizarle una pregunta, y esperaría que me la respondiera con la máxima memoria que pueda - comenzó.
- Por supuesto, si está en mis manos, no se preocupe amigo mío - le respondió el gallego.
- Ayer entregó un papel a nuestro alcalde. Pirozzini me ha pedido que intente averiguar algo más - hizo un pequeño impás y se acercó a él. - ¿Recuerda qué ponía en dicha nota?.
El gallego también se le había acercado, y le respondió en voz muy baja, dándole aspecto de secretismo.
- Ponía que se le había acercado un hombre, un gallego, pues le dijo "ya verían esos señoritos de Barcelona como las tomamos los gallegos. Cuando nos quitan algo nuestro, en pocos días se leerá en la prensa", también ponía que se alejó de él sin darle tiempo a más. Como le dije que yo pensaba acudir a la inauguración, me lo escribió para que se lo entregase a Rius y Taulet en persona - respondió, y se acomodó de nuevo apoyando la espalda en la silla.
- Va, no creo que sea nada - finalizó.
- Puede ser - respondió el periodista mientras intentaba memorizar las frases sacadas.
Les trajeron el primer plato y comenzaron a comer. Al momento un camarero se le acerco.
- Señor, ese botones quiere hablar con usted - dijo señalando al muchacho que estaba en la puerta del comedor, no le dejaban pasar.
- ¡Dígale que venga! - le pidió al camarero, que con un gesto de la cabeza advirtió al otro camarero que retenía al botones, que le soltó y empujó para hacerle acudir rápidamente.
Antes de que llegase, y de que hablara de más, Juan hizo una seña con el dedo a los labios para que no hablase.
El chico le tendió un papel doblado, Juan lo desdobló y leyó:
Migueló
Avinyo número 8, segundo primera
trabaja en la estatua de colón
Había realizado bastante bien el recado, introdujo su mano en el bolsillo y busco ese gran duro de Amadeo I que sabía tenía en él. Se lo dio y el rostro del botones se iluminó. Se agacho haciéndole un par de reverencias y caminando de espaldas, se volvió y salió corriendo del comedor.
- Buena propina le ha dado - dijo Souza, pues se había fijado.
- Hay cosas que se las merecen - contestó a su vez el periodista.
En ese momento, hubo un pequeño alboroto en la mesa que estaba a su lado. Unas palabras que solo entendió Juan, pues la voz elevada hablaba en Alemán.
- ¡Se ahoga, ayúdale! - una voz nerviosa de mujer.
Juan se giró y vio que en la mesa de al lado, todos estaban pendiente de un hombre que estaba a su espalda, un hombre de mediana edad, muy corpulento. Otro hombre parecido que estaba junto a él se levantó y empezó a agitarlo con violencia.
La voz de otra mujer, se convirtió en chillido. Todas las mesas miraban en esa dirección, y todos los comensales de la mesa estaban de pie.
Juan también se levantó y comenzó a darle fuertes golpes en la espalda al hombre, que estaba terriblemente enrojecido. De golpe, escupió algo que cayó en el centro de la mesa un hueso, seguro que era lo que le estaba ahogando.
- ¿Está bien? - pregunto en Alemán al casi asfixiado, que le miró, le puso la mano en el hombro y le respondió con un gesto de su cabeza, pues aún no podía hablar.
Las dos mujeres que habían en la mesa, la rodearon y fueron a abrazar al salvado. El otro hombre, más alto y más fornido que el accidentado se le acercó.
- Habla usted mi idioma, lo cual es un placer. Le agradezco enormemente que haya salvado a mi amigo, sino llega a ser por sus golpes, creo que se habría ahogado. Nosotros no sabíamos ni que le ocurría - dijo el hombre.
Sousa y el resto de la gente cercana, les miraba sin entender lo que hablaban.
Otro hombre, de una mesa también cercana, se le acercó y felicitó dándole la mano, y la elevó, se giró y hablo para el público.
- ¡Bravo por el salvador!. - Lo dijo en francés.
- Por favor señor, no ha sido nada. No me avergüence. Usted habría hecho lo mismo - le respondió en su mismo idioma.
Se sorprendió al oírle, y le soltó - sí, - pero aplaudió a rabiar, e hizo que el resto de sus contertulios de mesa y de toda la sala, aplaudieran.
Se le volvió a acercar.
- Le doy mi enhorabuena caballero, me llamo Eugène-Rene Poubelle, prefecto del departamento del Sena, ¿con quién tengo el gusto de hablar?.
- Me llamo Juan Guillén Andrés - paró de hablar un segundo, pensado - perdone pero soy periodista, su apellido Poubelle, ¿es usted por casualidad quien ha obligado a que la basura de los Parisinos sea depositada en cubos?.
- Cierto amigo hace cuatro años, pero no solo en cubos, sino en diferentes cubos para separar los residuos según sean. Muchos problemas me han dado, pero si no lo hacemos así, con la cantidad de basura que se genera, no cabremos en este mundo.
Se despidió y Juan volvió a su asiento junto a Sousa. Todos ya habían vuelto a sus comidas, el ambiente se había tranquilizado y la música suave de los artistas presentes había vuelto.
Ahora, el que se acercó, fue el alto alemán, que se sentó en el asiento que había libre más cercano a él.
- Muchas gracias caballero - habló en alemán, sin importarle que Sousa no entendiese nada. - Me alegro que sepa nuestro idioma, por favor - se dirigió también a Sousa - pasen a nuestra mesa, sería un honor que recibiera el agradecimiento de mi familia.
- Sousa, vamos a sentarnos con ellos - le explicó.
Les hicieron sitio. Aunque apretados cabían, los camareros hicieron rápidamente el cambio de sus platos y vasos.
- No hay muchas personas que hablen nuestro idioma en su ciudad - comenzó el hombre.
- Soy periodista y llevo el extranjero, por lo que tengo que saber idiomas. Leo, no con tanta frecuencia como quisiera, el Allgemeine Zeitung de vez en cuando, y casi cada año voy unos días a su país, generalmente a Berlín. Tuve que escribir que se murió su Káiser Guillermo I el pasado Marzo, y ahora es el Emperador Federico III que por cierto, ¿como esta de salud?. No lo dicen muy claro sus periódicos.
- Mal, bastante mal. No creo que dure mucho. Seguro que su hijo le sucederá. Pero, no hablemos de cosas tristes, tiene que venir a mi ciudad, a Hamburgo.
Le señalo al accidentando.
- Reinhold Bernhard lleva ya un año en su ciudad, es una eminencia en su trabajo, es ornitólogo. Quiere hacer aquí un Zoo, como el que tenemos en nuestra ciudad, pero entre sus problemas de edad y - dejó un segundo sin hablar - los de comunicación, apenas habla español...
- Quizás le sea yo útil, hablar, hablo bien - rieron ambos - y sí, tengo muchos contactos - se sacó la cartera y extrajo de ella una tarjeta que se la tendió al pobre Reinhold que se estaba aún recuperando; los escuchaba pero no tenía fuerza para hablar.
Se dirigió a las mujeres que estaban calladas escuchándolas.
- Señoras, les voy a hacer una recomendación para que hagan una visita a esta ciudad, desde un sitio diferente.
- Díganoslo por favor - respondió la mujer más mayor.
- El dos de abril pasado, tuve el honor como periodista de realizar el viaje inaugural de unas embarcaciones cercanas, se llaman Las Golondrinas, son pequeñas catorce o quince metros de eslora, y caben un centenar de pasajeros. Están aquí mismo, en esas escaleras que descienden al mar - señaló en ese sentido - pueden subir a su cubierta, les llevará un rato por el puerto hasta otras escaleras al otro lado, las escaleras de la sal. Verán esta bonita ciudad desde otro sitio y disfrutarán tomando un poco de sol y aire, para olvidar este acontecimiento - ahora se dirigió a los hombres, - tiene un motor a vapor pequeño, pero muy robusto que hemos realizado aquí, en Barcelona, en los talleres de La Maquinista Terrestre y Marítima. ¡No sólo ustedes tienen buenas fábricas! - rieron todos.
- Señores, lo siento, pero me tengo que ir, tengo unas obligaciones - dijo poniéndose de pie, y finalizando la comida, se despidió de todos, Sousa hizo lo mismo, aunque sin saber quiénes eran y lo que hacían.
Se despidieron al llegar al patio central, arriba de la escalera.
- Quizás nos volvamos a ver - comentó el periodista.
- Por supuesto amigo - respondió Sousa.
Cruzó el patio hasta llegar a la calle. Sacó de nuevo el papel doblado, aunque no le hacía falta, tenía muy buena memoria y se encaminó hacia esa dirección que estaba cerca.
Llegó a la calle, y tras buscar el número, miró hacia arriba; en muchos de los balcones había ropa tendida.
Se acercó a la pequeña y estrecha puerta de madera, cogió la aldaba, golpeó con fuerza dos veces seguidas y espero un momento. Repicó otra vez más. Segunda planta, primera puerta. Esa es la forma de llamar aquí que no hay portero, si fuese a la primera planta no habría repique. Se acordó de que haría ruido la cadena de hierro, cuando tiraran de ella para abrir la puerta, por lo que acercó la oreja a la puerta de madera. Pasados un par de minutos, repitió el toque.
Desanduvo la calle, hasta llegar al cruce y esperó allí. Escuchó un golpe de una puerta, volvió a entrar en la calle y vio al operario que se iba por la calle, en sentido contrario a donde él estaba.
- ¡Miqueló! - le gritó.
Vio que el hombre se giraba por su derecha y que luego introdujo su brazo derecho en sus pantalones; vio como le apuntaba con una pistola y escuchó el disparo.
Su sentido común le hizo girarse y notó el ruido que pasó muy cercano, noto un pequeño forcejeo en su propio ropaje. Vio que el citado Miqueló corría como alma en pena, él se miró sus ropas y en su solapa derecha, en su precioso cuero, vio un pequeño orificio.
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