Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona Rafael López y Guillén
Capitulo Cuarto
Como echaba de menos a su padre. Hacía un año que había fallecido. Miró por la ventana del despacho, ahora suyo; abajo, un millar de trabajadores iban y venían cargados con grandes bobinas de hilos. Un imperio: había otra gran fábrica de telares, tiendas, clientes. Su padre le había dado en herencia 2500 trabajadores, una empresa gigante.
Se giró y se volvió a sentar en su mesa, madera de caoba. Era una buena mesa, aunque atestada de pilas de papeles. Sólo su espacio reservado para poder escribir está pulcro. Un poco más allá, el tintero con la pluma descansando. Era precioso ese mueblecito; un capricho de su padre seguro.
A la izquierda, arriba del todo, la correspondencia leída, entre ellas, entre las decenas de últimos papeles, sobresalta una esquina de un sobre azul. Ya lo había leído y lo había dejado ahí, continuando su trabajo, pero de vez en cuando sus ojos se giraban y buscaba esa punta azulada. Ni conocía a ese hombre fallecido, ni le sonaba de nada que tuviesen familiares allí. Movió la cabeza para olvidarlo de momento, levantó la mano y extrajo del montón de papeles de la izquierda una factura.
Toc, toc, toc, se escuchó tras la puerta.
- Adelante - respondió el joven sentado en su mesa.
Se abrió la puerta y entró su secretaría cerrándola tras ella. Guapa, joven y sabía taquigrafía. Laura era muy rápida; le podía dictar una carta larga en un minuto, que luego ella lo transcribía sin un solo error.
- Perdón señorito Matías, ahí fuera - señaló tras la puerta - está el encargado del turno de la mañana de la fábrica de la Calle Riereta, desea hablar con usted.
Asintió con la cabeza. - Dile que pase - reafirmó haciendo un gesto con la cabeza.
Salió la mujer, y entró un hombre mayor, con un blusón azul fuerte, arrugado, aunque limpio. Seguro que se había puesto su mejor camisola.
La secretaría cerró la puerta al salir.
- Buenas tardes señor Matías, me llamo Juan López Ortiz, soy su encargado de Riereta, quisiera comentarle unos problemas que tenemos con la nueva máquina.
- Dime - animó al hombre para que siguiera, pues le veía que dudaba en su habla. - Dime lo que quieras, he estado toda mi vida entre telares, sé perfectamente cómo funcionan. Siéntate - señaló una silla que había ante su mesa, apartó la pila de papeles de la izquierda y la puso junto a la otra, pensó que si el hombre se sentaba al lado de la ventana, le daría ánimo para hablar.
- Tenemos una maquina telar, no una de las compuestas, sino uno de las Jacquard, de Sant y Cia creo recordar, que está dando problemas.- Esperaba que no lo estuviera poniendo a prueba, no conocía a ese hombre. -
El Bolus se queda abajo y no sube. - explico algo más tranquilo, aunque si sabía de lo que hablaba.
- Ya, el arnés que guía la urdimbre, ¿pero por qué vienes a mí, y no se lo dices a los mecánicos que tenemos allí?.
- Porque no saben arreglarlo. Han desmontado el telar, pero no consiguen que el patrón avance - respondió.
Bueno, eso ya era otra cosa, y ahora ambos sabían que entendía del manejo de los telares. Seguro que lo diría al resto de compañeros.
- ¿De cuantos caballos es la máquina de vapor que mueve esa línea de telares?
- 15 caballos de potencia - respondió el trabajador.
- Baja abajo y pregunta por el señor Juan García, es nuestro mecánico más veterano, seguro que él te acompañará para arreglarlo, dile que te lo he dicho yo.
Se levantó el hombre aliviado.
- Muchas gracias señor Matías, es usted el vivo retrato de su padre, que Dios le de muchos hijos. - se despidió y salió.
Se echó hacia atrás en su butaca. Adulador, y encima que tenga hijos, cuando aún no tengo ni esposa, ni tiempo para buscarla, se quejó mentalmente.
El ruido de los centenares de telares que había abajo, llegaba a través de la puerta abierta. Se levantó para cerrarla y volvió junto a la ventana. Vio en el patio al hombre que había venido, que preguntaba algo, y que después le acompañaban a otro lugar de la fábrica.
Miró en la pared su título ahí colgado. Su padre le había dicho que ese hueco era para él. Se acercó, mirando el marco de al lado. Era una foto, y abajo una plaquita, se leia:
el Señor Josep Antoni Muntadas i Campeny y la Reina Isabell II (1860)
El marco de al lado, su padre en la fotografía, ponía:
visita del rey Alfonso XII (1877)
Arriba del todo otra, seguro que la quito con la anterior visita del rey, rió pensándolo.
visita de Emilio Castelar y Estalisnau Figueras
Presidente de la Republica Española (1873)
Volvió a su marco colgado:
Matías Muntadas y Rovira,
Diplomado de Ingeniería Química
Se volvió a sentar, volvió a poner en su sitio el montón de papeles que había movido, y cogió el de arriba. Era la aclaración que le había dado el contable de esos pagos que se hacían mensualmente y que no sabía de que eran. No podía ser que el Vapor Nou pagase sin más, le gustaba más el nombre con el que lo conocían los vecinos, al oficial de la fábrica: La España Industrial.
Se centró de nuevo en las cifras, que no eran muy elevadas.
- Son los pagos que quedan, de la compra de los solares. Se liquidó en la firma una cantidad por cada uno de los campos, pero el resto lo recibirían en forma de renta mensual. Era lo acostumbrado en esos años - le dijo el contable ya mayor de edad, al que pensaba que le hacía falta un ayudante más joven, no le fuera a pasar algo. Él no era su padre y desconocía muchos de los pequeños entresijos.
Menos mal que estaba ayudándole su tío Isidro para aclarar los planos, revisar y pensar en ampliar si era necesario. También le explicó porqué se construyo allí la fabrica, sobre la riera de Magòria, por la que ya venían aguas de otras fabricas y que podrían usar para dar salida a las aguas sobrantes. Las maquinas de vapor necesitaban de agua constante y la riera la utilizaban de salida. Tuvieron problemas constantemente, con las autoridades del pueblo de Sans y de la población de Barcelona. Pues el Magòria era el linde. Se hicieron pozos propios con gran cantidad y calidad del agua, canalizaciones para llevarlas de las zonas de calderería a las de tintes, pozos sumideros para llevar agua sobrante. Pero el gran problema eran las sobrantes, al final lo habían solucionado judicialmente con el propietario de unas tierras.
Cansado ya de trabajar, se acercó al perchero y cogió su sombrero y su paraguas. Aún no llovía, pero no faltaría mucho y hoy había venido con un coche descubierto. Quería estar un rato más con su madre. Desde la muerte de su esposo, se había aislado en casa.
Al girarse hacia la puerta, vio un diario que había quedado entre la pared y en el mueble. Lo saco. Era La Vanguardia. Estaba abierta en la página 9 del jueves 18 de Agosto. Ah, reconoció su nombre, era un escrito a los electores del distrito de San Feliu de Llobregat, solicitando que diesen su voto al señor Don José Ramoneda y Mones. Recordó que pasaron por este despacho, para que diese su visto bueno pues saldría publicado su nombre entre los que le recomendaban, y le informaron que otros empresarios, Juan Batllo, Santorna y mas personas de la población de Sans como él, que habían aceptado que su nombre figurase entre los presentes en él anuncio. Dio su visto bueno, pero luego preguntando por ese individuo, le dijeron que era un poco cacique. Publicidad, es lo que le vendieron, aunque a él personalmente le daba igual. Lo tiró a la papelera que había junto a su mesa y salió de su despacho.
Subió la escalera de mármol hasta el piso principal.
Un criado le recogió su sombrero y paraguas. Fue hacia donde sabía que encontraría a su madre. Pasó por el comedor, levanto la vista pues le encantaba el techo de marquetería. Llegó a la zona más iluminada, allí entre cortinajes en las paredes, jarros con hojas de palmas en alto, la mesa de costura con la caja de las labores, y sentada con su chal, le observaba su madre recibiéndole con una sonrisa.
Había hecho bien en venir pronto, la besó.
Se sentó en una de las sillas que había junto a la mesa, alargó la mano para ver el periódico que había estado mirando su madre, la Ilustración Catalana, esa ilustración de la portada, la sultana!, ¿qué sería?. Miró la fecha, del 30 de agosto de 1881, de hace unos días pues.
Empezó a ojearlo, pasando rápidamente las hojas. No le interesaba mucho, hasta que llegó a un dibujo que le hizo voltear el diario para verlo entero, ¡Que bien que estaba realizado!, Ah es verdad, que están construyendo un puente de hierro para el ferrocarril de Valls y Vilanova hacia Barcelona. Este puente es sobre el rio Gaya de Vilabella.
- Que dibujo más bien hecho, me gusta - comentó, dirigiendo el periódico hacia su madre.
- Si, y mira quien lo ha hecho - replicó con ironía ella.
- Aquí en la firma pone Thomas. No sé quién es, ¿tú sí? - contestó intrigado.
- En el interior del artículo que habla de eso, pone que lo ha reproducido a lápiz, el reputado Joan Rabadà,- Vallbe - añadió unos segundos después.
Levanto la cabeza asintiendo. Ahora sí que sabía quién era. Su padre les había hablado de ese trabajador suyo. Fue director de la sección de dibujos de su empresa La España Industrial. Expuso en las Bellas Artes de aquí, ganó la medalla de honor en el Ateneo Barcelonés, y fue premiado en otras exposiciones en Madrid.
- Lo último que recuerdo, fue que padre dijo que estaba en Madrid, con un amigo suyo de Buenos Aires - dijo.
- Pues ya ves, ¡habrá vuelto! - el desprecio se leía en las palabras de la mujer.
A él, que apenas lo conocía más que de oídas, le daba igual. Aunque supuso que algo habría ocurrido cuando le dijeron que se marchaba de la empresa. Supuso que su padre lo habría echado. Estaba seguro que Buenos Aires, Argentina, era uno de los lugares donde algún día iría. Le habían hablado mucho de ese país de filósofos. Vamos que no paraban de hablar nunca, rió mentalmente de su propio chiste.
- Tu padre le inscribió en las Bellas Artes, y luego le ayudo financiándole para que fuese a Madrid, y ya ves, ahora que es famoso no pasa ni a saludarnos - Continuó con su desprecio.
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