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Capítulo 9 - Novela: Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona

Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona                   
Rafael López y Guillén



        Capítulo Noveno    



     - Que sí, que he visto a gente que pone los dos pies en los apoyos, se sujeta con las manos e introduce su cabeza para beber - comentaba José Mansana al resto de amigos, que se giraron todos hacia el recién llegado Juan Guillén Andrés. 
     Se saludaron entre sí los cuatro.
     - Estamos hablando de esas fuentes Wallace - le aclaró Mansana al recién llegado - que hay una al lado de mi casa en Gran Via con Paseo de Gracia. Han llegado doce como obsequio por la celebración de la exposición universal, y son horribles para beber.
     - Leí en un diario, que son un legado para la gente pobre, para que puedan beber gratuitamente agua sana y potable, pero quizás no entiendan que son para llenar botellas o vasos, en lugar de encaramarse en posturas imposibles - rieron todos por la última frase que había dicho Matías Muntadas. Hay otra que conozca yo que está abajo del todo de Las Ramblas, delante del Banco de Barcelona.
     - Caballeros, os voy a dar más detalles sobre esas doce fuentes, las cuatro mujeres se llaman cariátides, que provienen del griego y significa figura de una mujer. Los peces representan cada uno una virtud: caridad, sobriedad, bondad y simplicidad. - El Marques de Marianao se sonrió, pues les dejó a todos con la boca abierta, cambio de sonrisa a risa, aclaró.
     - Lo leí en el documento que adjuntaba a la donación que recibió nuestro alcalde. ¡No es sapiencia ni mucho menos! - ahora todos le sonrieron.
     - Señores, tengo que explicarles un gran problema que tuve ayer en el transcurso de las pesquisas que se nos encomendó - Juan, había aguardado a que finalizara el tema y comenzó a explicarles su entrevista con Sousa y el disparo que había sufrido.
     - Pero no te vemos nada, ¿no fuiste herido? - el Marques le miraba tocando la chaqueta y ambas solapas.
     - No, tuve suerte, un giro hacia un lado más o menos, y me habría atravesado - continuó explicando. - Suerte y reflejo, eso fue lo que tuve. Tras quedarme paralizado unos segundos, fui corriendo en su busca, pero se me perdió entre las callejuelas. Como no sabía qué hacer, fui a la alcaldía y se lo explique a Carlos Pirozzini. Él inmediatamente envió a la policía al domicilio que le facilite y luego fueron también al hotel. Me dijo que me fuera y viniese hoy a primera hora, vengo de allí y es grave amigos - movió la cabeza, ladeándola, trasmitiendo la complicación. 
     - La policía hizo pesquisas y averiguo que el tal Miqueló, resultó ser italiano. Sus compañeros de trabajo dijeron que se vanagloriaba de haber provocado la huelga en la construcción del Hotel Internacional - varios rostros de sus amigos, lo afirmaron al recordarlo - y que con ello habían conseguido que les subiesen la paga diaria. Ahora estaba en la construcción de la estatua de Colón, pues de la construcción del hotel le habían echado - hizo una pausa y continuó. - Según le dijo la policía a Pirozzini, sus compañeros le definían como un agitador. En el hotel, no encontraron a Sousa, aunque sus pocas cosas aún están en su habitación - hizo un alto para coger resuello - Y ahora viene lo peor: en el domicilio del tal Miqueló encontraron metralla y material para construir una bomba esférica, la llaman Orsini me dijo la policía. Miqueló y Sousa son anarquistas según parece.
     - ¿Y como puede ser que Serrano tuviera algo que ver? - preguntó Mansana.
     - Yo también hice una pregunta parecida a Pirozzini - comenzó a responder. - Pero él dijo que Eugenio Serrano de Casanova es todo un señor. Tuvo la idea de hacer una exposición universal en España y la presentó a quien él pensó como primer candidato, al ayuntamiento de Madrid, pero no les interesó, al contrario que al nuestro, un ayuntamiento más pequeño con 450.000 habitantes que sería visto en todo el mundo. Tuvo todo el apoyo político cercano y de la ciudadanía. Además inicialmente él correría con todos los gastos, cosa que sabemos se le fue de las manos, y tuvimos que asumir que sino la hacíamos nosotros como ayuntamiento no veríamos su buen fin, pero respetamos todos sus contactos ya tramitados vía embajadores de todo el mundo, y sus diseños de pabellones, solo que los mejoramos en todos los aspectos y además, adecuamos la ciudad; eso no lo podía hacer él. Se llevó un buen dinero compensatorio, nos costó un año más, pero seguimos comunicándonos de buenas formas, no tengo ninguna duda de él.  
     Tras soltar todo esa explicación, aún le quedaba más información, tomó resuello y continuó.
     - Me dijo, que según la hipótesis que estaba barajando la policía, ya que sabían que del 18 al 20 de este mes de mayo, ha habido un congreso de trabajadores en Barcelona,
según un agente que tenían infiltrado, ha salido un grupo clandestino anarquista, pues por lo que le dijeron, repito la hipótesis sería introducir a ese Sousa en nuestro círculo cercano burgués, y el tal Miqueló armaría esa bomba y se la daría para hacerla explotar cuando estuviese cercano al rey, a la reina regente o al presidente del gobierno, y la próxima inauguración del monumento a Colón, para ellos, era su objetivo.
     Paró y se introdujo la mano en su chaqueta, sacó unas hojas que se las tendió al Marqués.
     - Pirozzini ha cambiado la última página de la revista semanal La Exposición nº 51, donde hablaba del ascensor y de la inauguración del monumento. Tras hablar con la policía, van a rastrear exhaustivamente la estatua, y han recomendado que solo se hagan discursos y todo lo que queramos, pero por fuera del monumento. Ha cambiado algunas cosas, me ha dicho que te dijera: las carrozas de la cabalgata que irán desfilando ante las personalidades, y en la última cabalgata, llevará la corona de laurel que será izada para incorporarla a la estatua, dale tu visto bueno para que la envié ya a la imprenta. El ascensor se demora hasta nueva orden y quedará parado de momento. La policía cree que se esconderán, si no se han ido ya de la ciudad.
     Ahora fue Muntadas el que realizo el comentario.
     - Estarán en las barracas del Somorrostro, allí están viviendo los más de dos mil trabajadores que han venido a ayudar en la construcción, y todas sus familias - paró para tomar aire y prosiguió. - He sondeado a mis representantes sindicales, me han dicho que este año de la exposición, como todos tienen trabajo, no habrá problemas, pero tras finalizarla y cuando se acabe de desmontar, ¿qué haremos con todos los trabajadores?. Ellos, los míos, quieren un aumento de sueldo y mejor horario, que sino el año próximo será difícil, muy difícil me han dicho. Eso significa alborotos, huelgas. No saber si podré servir mi género apalabrado a tiempo. !El año próximo lo recordaremos los patronos¡.
     - ¡Qué agradables noticias que me habéis dado todos!. Yo hoy he renunciado a una comida en lo alto de Montjuic para estar con vosotros. Desde ese restaurante se ve toda la flota de buques de guerra que hay en el puerto, de muchos países, pues están invitados todos los mandos de los navíos. Junto a todos los políticos que han venido de Madrid junto a Sagasta, para unírsenos en esta gran fiesta, la reina regente, el Duque de Edimburgo, el príncipe ruso Gortehakcff, el Duque de Génova. No pararía de deciros personalidades. 
     - Va amigo Salvador, que ya sabemos que son todos viejos, que tu eres el pipiolo allí, por mucho Marqués que seas, ¡nos prefieres a nosotros! - dijo Muntadas. - Además se que te gusta hacernos de Cicerone, ¿que hay de nuevo hoy aquí?, ¡disfrutemos de la exposición!.
     - Bueno, déjame pensar - sonrió con sarna, como si tuviese que pensar - hay una novedad; esos arrogantes de Estados Unidos que aún no han acabado su gran pabellón que les reservamos, ya dejan entrar a ver algo. Los americanos han expuesto un tranvía que nos regalarán me dijeron, que tiene dos niveles de asientos, ¡dos plantas!, está por allí, pero aún no han acabado - comando el desplazamiento general, indicando con el índice hacia una dirección.
     Muntadas se acercó a Juan Guillén.
     - ¿Tuviste mucho miedo? - preguntó. - Me he acordado de  la primera vez que se plantaron delante de mí varios trabajadores armados con herramientas. Me costó mucho el imponerme y temblé durante una semana entera.
     Juan se acercó a su oído y le contesto flojito.
     - ¡No sé cómo no me mee encima! - dijo. - Estuve unos minutos clavado, no sé cómo me sostuvieron las piernas, pues también me temblaban enormemente.
     - ¡Ya has tenido una emoción grande en tu vida! - le dijo. - Por desgracia, tendrás más, no siempre se sale bien parado. Vayamos tras ellos amigo. Hay que seguir para adelante, ¡siempre! - eso ultimo se lo dijo girándose hacia él. 
     Mientras caminaban tras el Marqués de Marianao, su recuerdo fue hacia su tío, al regresar a la casa del pueblo tras la Guerra de Melilla de 1860, él tendría siete u ocho años. Un día en que no hacían nada en casa y llovía, su tío le pidió que bajase al corral con él - dijo mirando a su padre.
     - ¡Se lo voy a enseñar!. - su padre lo miró, asintió y continuó trabajando con su navaja en un trozo de árbol, algo sacaría de él.
     El no sabía qué pasaba, pero le siguió hasta abrir el corral donde estaban las gallinas. Entraron dentro cerrando el portalón tras sí. Se dirigió al fondo, donde habían una jaula de conejos vacías, llena de paja, trapos y mil cosas.
     Su tío se puso a un lado, levantó con esfuerzo la gran jaula y la desplazó hacia el interior del gallinero, separándola de la pared. Allí había un boquete. El niño miró a la jaula desplazada y vio que tenía abajo, en los estantes más bajos que quedaban ocultos, unas piedras grandes, motivo de que pesara tanto. 
     Su tío se agachó a uno de esos estantes con piedras, y sacó un carburo. Pero no le gustó por algo, tal vez estaría seco, lo volvió a dejar y salió afuera del gallinero dejándolo solo.
     Se agachó a cuatro patas, había muchas telarañas y estaba muy sucio, pero él era de pueblo y eso no le asustaba. Se introdujo por el orificio, luego tanteó y al ver que no había techo, se fue levantando, aún entraba algo de luz por el boquete, por lo que se atrevió y anduvo unos pasos hasta que su pie choco con algo, se agachó y lo tocó, era un trozo de hierro que estaba apoyado en la pared de piedra. La luz se oscureció, vio a su tío hacer lo mismo que él, avanzar agachado, pero introdujo el carburo encendido que daba luz, se levantó e ilumino la pared donde estaba él, se acercó.
     - Juanito, ¡este es nuestro santuario secreto! - empezó a explicarle. - Pertenece a nuestra familia, generación tras generación, al igual que la casa, algún antepasado nuestro la excavó en la piedra y tierra por un motivo que desconocemos.
     - ¿Que son esos hierros y espadas?. - dijo señalándolas.
     - Son nuestra historia, lo que éramos, lo que fuimos, o los que fueron nuestros antepasados - las señalo también él. - Todas son armas, debieron de ser de los diferentes habitantes que han estado en esta cueva.
     - En Barcelona fui a ver a un maestro, a un hombre sabio. Le dibuje una a una esas armas, las identificó todas y me dijo que las guardase, que eran el alma de la familia. Seguro que con ellas habían defendido y derramado mucha sangre - le explicó.
     Cogió la primera, grande.
     - Cógela con cuidado, pesa, y no aprietes que te puedes cortar - al mismo tiempo se la ponía en sus manos, acostada.
     - Esa es una Falcata Ibera, es la más antigua. ¿Ves como tiene filo por los dos lados? - los señalo con su dedo.
     Se la cogió por el mango y la blandió - le pareció un niño igual que él.
     - Me dijo, que los romanos cuando vinieron aquí las copiaron, pues eran mejor que sus espadas - la dejo en su lugar.
     - Esta es árabe - la cogió por la empuñadura e hizo un gesto rápido que hizo ruido en el aire. - ¿Ves esa curvatura que tiene en la hoja? - la señaló. - Debía de ser buena, ¿aún corta el aire verdad? - preguntó. Asintió Juan con la boca abierta, no se imaginaba que tenía ese tesoro en su casa.
     Dejo la espada, y desplazó hacia sí la más larga, la apoyo en su barriga y cogió la empuñadura con las dos manos. 
     - ¡Qué fuerte que debía ser el portador de esta espada!. Un cruzado en nuestra familia, no me lo hubiera imaginado nunca. Esta espada ha estado en Tierra Santa me dijo el maestro.
     La levantó un poco, y golpeo al niño en un hombro y luego en el otro.
     - Te nombro caballero, Juan... El temerario, al que todos temen y no le teme a nada - se inventó, como si fuese un cuento. Entonces no lo comprendí, pero más tarde en la escuela, al escuchar hablar de los caballeros sentí orgullo.
     La dejó con esfuerzo apoyada de pie, igual que al resto de armas. Entonces, se llevo la mano a la espalda y sacó algo envuelto en un paño blanco, pero sucio a rabiar, lo dejo en el suelo y lo desenvolvió. 
     - Juan, he venido a esto, a dejar mi arma; esta es una bayoneta. Ella me ha salvado innumerables veces de morir y con ella he acabado con la vida de otros. No me vanaglorio de ello, pero en la guerra, o te defiendes o mueres.
     La apoyó la última, lentamente, como si le costara dejarla.
     - Juan - se volvió a él - ¿eres valiente?.
     - Claro que sí - respondí.
     - ¿No le tienes miedo a nada pues? - volvió a preguntar - negué con la cabeza obstinadamente. 
     - Algún día tendrás miedo, pavor. Si eso ocurre y eres valiente, has de dar un paso adelante y enfrentarte a él - le decía con una rodilla aún en tierra. 
     - Dios no quiera que tengas que venir aquí con tu arma pero, si alguna vez ocurre, por mi memoria, por la de tus difuntos ancestros, hazlo y deja aquí tu huella.
     Se levantó.
     - ¿Valiente dices? - señaló hacia lo profundo, donde no se veía nada - Hace años que no voy por ese túnel, nunca me he atrevido a entrar en él mucho. No sé si hay salida. Si nos quedamos atrapados porque caigan piedras, que se nos acabe la luz del carburo o que no podamos volver y muramos de hambre, ¿querrías acompañarme? - le tendió la mano. 
     Esa fue la primera vez que sentí miedo. Aunque había una gran diferencia, pues iría con su tío el militar, que no le temía a nada, así que asentí con la cabeza.
     El túnel estaba escavado descendentemente, y cada vez era más estrecho. En algunos sitios habían desprendimientos. Estuvimos mucho rato bajando, hasta que llegamos a un sitio en el que las raíces de los arboles traspasaban la tierra y llenaban el túnel, las teníamos que apartar para pasar. Entonces empezó a hacerse cuesta arriba, cada vez más estrecho y con más ramaje. Su tío maldijo el haber dejado la bayoneta, pues no llevaba ningún cuchillo. Saque mi pequeña navaja y se la tendí.
Sonrió y la blandió, aunque no hacía nada, apartaba algo más que con su mano, hasta que empezamos a ver luz a lo lejos y en alto, lo que nos animo y dio energía. Al rato salíamos por un pequeño agujero, con más zarzas y ramas, que impedían que saliéramos del todo, con la navaja cortó algunas y las fue separando. Al fin salimos y nos pusimos de pie. Estábamos al lado del viejo castillo árabe, el pueblo lo teníamos abajo, muy abajo.
     Vi a mi tío que rompió unas ramas cercanas, y las puso por donde habíamos salido.
     - Para que no caiga nadie - hizo un guiño y añadió - y nadie entre en nuestra casa. ¿Volveremos caminando por arriba, verdad?.
     Al día siguiente cuando me desperté hambriento, pues ni cenar pude de lo cansado que llegué, mi padre me devolvió mi navaja. Mi tío se había ido.
     - Tiene cuentas pendientes, eso que hizo ayer contigo, era una de ellas.
     Mi madre me dijo que les había dejado dinero, mucho dinero, para que yo fuese a la capital a estudiar, que estudiara y estudiara. Y que yo era ahora "su caballero".



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