Los Pesos fuerte
del Banco de Barcelona
Rafael López y Guillén
Capítulo Segundo
Rafael López y Guillén
Capítulo Segundo
¡Otra vez no puede ser!, pensó el joven que estaba de pie. Se sentó en la silla que había junto a la cómoda, en la entrada de su casa recién reformada.
Pero esto es imposible, ¿cómo puede ser?, que con veinte años, sea la segunda herencia que recibe. Dejó el sobre azul en la bandeja de la correspondencia, encima de la cómoda, apoyó bien ambos codos en sus piernas volviendo a leer la carta. Hidalgo de San Juan. Ninguno de esos apellidos le sonaban de nada. Ahora que la volvió a leer, vio, en una letra más menuda, abajo del todo de la carta que ponía:
Pd: Espero que entienda, que esta cuestión es muy personal, por lo que le ruego, no la comente
con ningún familiar o amigo.
A su madre, no se lo
podía ni comentar siquiera.
Se levantó y se quitó la chaqueta. Fue a la sala donde su madre estaba cosiendo. Le gustaba esa habitación con terreno ganado al espacio, suspendida como si fuese un balcón, aunque cerrado, con unas grandes cristaleras que dejaban entrar la claridad del sol. Allá la encontró, en su silla baja para hacer costura.
- Hola madre. Qué día tan esplendido hace hoy, aunque he leído que se acercan días de agua. - Se agachó y le besó en la mejilla con ternura.
- Hola hijo - respondió con voz entrecortada de pena, y quizás de rato que llevaba sin hablar con nadie.
- Madre le he dicho a Elvira que prepare la comida. En unos minutos nos avisará. Me voy a mi despacho. - salió de la estancia y fue hasta la habitación inmediata. Atravesó el comedor para llegar a la puerta de enfrente donde se encontraba su mesa de madera, bueno, era el despacho de su padre. Todas las paredes estaban llenas de estanterías con libros. Ahora él empezaba a comprender, porqué le gustaban tanto a su padre, y además amortiguaban los ruidos de otros pisos y habitaciones, estaba tranquilo allí.
Se sentó en el sillón, que requería un recambio, pues estaba hundido. Él era mucho más delgado que su padre pero era un recuerdo que le gustaba. Acercó el sillón a la mesa y extendió ante él la carta, y la volvió a leer por tercera vez.
Otra cosa que desconocía era esa empresa de Tabacos de Filipinas. No había oído hablar de ella.
Pensó en su tío-abuelo. Hacía muchos años, les había invitado a sus padres y a él a que fuesen a verlo. No lo conocían, y quería obsequiarles con los pasajes y la estancia en su casa. Menudo casa - ladeó la cabeza al recordarlo.
Se echó hacia atrás en el asiento. Si, le impresionó lo grande del mar, incluso del barco, cuando llegaron a Cuba, a La Habana, y finalmente a Marianao. Ya no sólo eran las dimensiones, sino el colorido, la extravagancia de sus árboles, hasta los animales son distintos, se decía una y otra vez.
La casa además estaba rodeada por unos hermosos jardines. Las estancias, grandiosas en su interior. Pero lo que más le gustó fue su amplio porche. Ahí solía reunirles su familiar, tío Salvador me dijo que lo llamara.
Igual que tú, me llamo Salvador Samá - me decía. Yo le miraba. Tenía la frente despejada, sus orejas estrechas apenas sobresalían de su pelo, con esa chaqueta y camisa blanca, que llevaba una corbata de lazo.
Uno de los últimos días, se puso melancólico pues sabía que se irían en poco tiempo.
- Cuando llegué aquí, era un chaval, no tan pequeño como tú, Salvador. Vine porque estaban mis tíos, Pablo y José. Les dije que quería empezar desde cero. Mis tíos tenían ya una gran empresa de comercio variado. Ahorraría y me montaría yo también un negocio. !Qué idea más infantil¡. Lo primero que me hicieron hacer fue que les acompañara a un sitio. - paró, y bebió un sorbo de coñac, le conminó a mi padre para que también lo hiciera.
- Horrible, la vida es horrible a veces. Nunca había asistido a una venta de esclavos. No comprendía que alguien pujase por una persona, por un grupo. Daba igual que fuesen hombres o mujeres, hasta con niños pequeños. Y daba igual el color, habían negros y morenos. En ese momento, me dije que yo no haría eso jamás.
Me miró, pues yo estaba asombrado, tenía los ojos como platos.
- En España hace años que la esclavitud está prohibida. Hay muchos países que lo han abolido, pero aquí aún existe. Yo no tengo, todos mis trabajadores cobran un sueldo y son libres. - mi miraba fijamente, para que comprendiese que él no era uno de esas personas.
Asentí con la cabeza. Eso le satisfizo y volvió a dirigirse a mi padre.
- Después murieron mis tíos. Les dije en su lecho de muerte que yo cuidaría de su familia, esposa e hijas que estaban allí, y que dirigiría el negocio. Lo vendí y repartí entre ellos, dándome una parte, según me dijeron ellos. Vendí su comercio que no daba apenas beneficios, y mi parte la invertí en los negocios portuarios, en vías de trenes. Incluso funde la Real Caja de Descuento, que luego fue el Banco Español de La Habana. En 1857, hice realidad uno de mis sueños, la Sociedad Anónima de Navegación por Vapor. Inauguramos un Teatro y el ferrocarril donde llegasteis. Este lugar, Marianao, no era nada cuando llegué, y ya veis ahora, un paraíso. - Extendió los brazos señalando el sitio donde estaban.
Tantas veces se lo había explicado su madre, que aunque él solo tenía cinco años cuando hizo el viaje, había acabado memorizándolo.
Al final, que era lo más importante añadió, si él fallecía, al no tener hijos, su padre se quedaría con todo. - Eso a mi edad, sí que lo comprendí, heredaría esa casa y ese jardín tan bonito.
Y aquí estamos ahora, tras recibir además un título nobiliario: soy el 2º Marqués de Marianao, pues al morir mi tío y mi padre al estar muerto, me toco recibirlo todo a mí.
A mi madre le tocó decidir qué hacer. Su albacea, que vino a verle, me dijo que lo mejor sería que vendiese todas las participaciones en todos los negocios que tuviesen en la isla, repartiese entre todos los familiares que se conociesen una parte, que se otorgase otra parte, y que aceptase para su hijo el título de marqués y el resto de lo que quedara. Así lo hicimos. Había propiedades en varias poblaciones de Barcelona y Tarragona. Además pedía que se hiciera un colegio en su pueblo natal, Villanueva, un hospital de caridad en La Habana y una iglesia, allí en Marianao, donde sería enterrado.
Poco había quedado tras los años. Aún le quedaban propiedades inmobiliarias, que poco a poco iba vendiendo, y ese sueño, ese suyo, que había siempre tenido estaba cogiendo forma. Nunca comprendió cómo ese hombre se presentó en su casa, hace tres años, al cumplir su dieciocho aniversario.
- Me llamo José Fontserè Mestre, soy maestro de obras. Me han dicho que quiere hacer una casa de estilo colonial y unos jardines.
Su madre y él quedaron anonadados. No habían solicitado ninguna obra, aunque muchas veces lo habían hablado entre ellos y con amigos.
- No tenemos mucho dinero, tendría que ser una casa que estuviese muy bien económicamente Sr. José.
- Por el dinero no se preocupe, ya nos ajustaremos a él, lo único que pido es que pueda crear el diseño libremente.
Quedaron varias veces, Fontserè le hizo acompañarle para que viese los trabajos que había efectuado: el edificio de hierro del Mercado del Borne, diversas casetas de servicio de jardinería, en la Ciudadela y la Fuente tan maravillosa, cada cosa que veía me alarmaba por el presupuesto que me pasaría, pero al mismo tiempo él no paraba de preguntarme, sobre mis recuerdos de la casa de Marianao.
- Si había muchas aves, tendría que tener un sitio donde se guarecían o guardaban, ¿qué aves vio?.
- No me acuerdo de una caseta, pero me imagino que sí, vi loros, cacatúas de muchos colores, y esos pavos reales con las plumas tan largas, preciosas.
- ¿Y los árboles? - continuaba el interrogatorio.
- Palmeras y mandarinos, todos los arboles con mucho color.
- Las Palmeras puede vivir con poca agua, pero los arboles frutales necesitan mucha agua, ¿alguna fuente o estanque recuerda?.
- Oh sí, es verdad. Había un lago en un lado de la finca.
- Tendremos que ir a visitar esa gran propiedad.
Cuando llegaron todos quedaron desolados. Él había ido una sola vez con su madre, un día, de pequeño, por lo que no tenía un recuerdo.
El terreno era plano, muy seco, con mucho sol, eso sí, grande. Bueno eso se lo dijo Fontserè.
Pasaron unas semanas hasta que volvieron a verse. Quedaron allí de nuevo en la propiedad.
Llegó con su coche de estribos, abrió la portezuela y ayudó a bajar a su madre que le acompañaba. Allí estaba esperándoles Fontserè, con algunos hombres. Al verles bajar, dijo algo a uno de ellos que corrió hacia su gran carromato.
- ¡Gracias por venir señora marquesa, marqués! - dio un poco de bomba al inclinarse al saludarles, le extraño eso, pero luego lo comprendió.
- Acérquense a este lugar donde comenzará el jardín y la casa. La entrada será aquí al sur. - dijo entusiasmado. Él no lo veía tan fácil, quizás le estaría tomando el pelo.
- Hemos tardado un poco, pero ya tengo el punto de partida necesario. - comenzó a explicar, ahora más lentamente - Al fin hemos encontrado agua subterránea, una mina de la que podremos extraer todo el agua que queramos.
- Eso lo cambia todo! - dije. Ahora sí que le empezaba a ilusionar. Allí había agua. - ¿Dónde? - preguntó.
- Algo lejos, a unos cinco kilómetros, pero nada que unas tuberías no puedan traer. - dijo. Se giró indicándoles hacia su carromato. Allí habían dispuesto un toldo para protegerse del sol, una mesa y unas sillas.- vayamos a la sombra por favor.
Fueron los tres hacia allí. Elevó una mano. Y el hombre que le hacía de ayudante, bajó del carro un gran papel enrollado. Lo desplegó y giró para que mi madre lo viese mejor.
- Es sólo un borrador, una primera aproximación. Hay que trabajarlo mucho, pero la idea se verá.
Me puse al lado de mi madre, aunque de pie. Fontserè extendió su dedo índice y lo llevó a un lado del plano.
- Donde estamos ahora será el lugar de entrada. Habría que cerrar todo el recinto con un muro, por precaución y seguridad. - afirmábamos mi madre y yo. - El terreno es muy grande, por lo que he pensado, si les parece bien, dividirlo en tres superficies. En cada una de ellas el hábitat será diferente, un jardín estilo francés, un lago con la casa y al final otro jardín más bucólico, más bonito aún que los anteriores.
Ese día lo tenía grabado en su mente. Cuando comenzó a explicar lo que habría en cada espacio, tanto mi madre como yo, nos embelesamos. Y ahora, ya acabado, no encuentro momento para no ir una y otra vez.
Una voz le hizo volver a la realidad.
- Señorito Salvador, su madre, doña Rafaela, le pide que se una a ella en el comedor, ya está dispuesta la comida. - salió de su estupor al escuchar a la criada.
Se levantó. Si ahora ese sueño se había convertido en una realidad. Que había superado con creces su recuerdo; ese lago, esos jardines, ese puente que tanto le había gustado a él y a su madre cuando estuvo acabado.
Se levantó y se quitó la chaqueta. Fue a la sala donde su madre estaba cosiendo. Le gustaba esa habitación con terreno ganado al espacio, suspendida como si fuese un balcón, aunque cerrado, con unas grandes cristaleras que dejaban entrar la claridad del sol. Allá la encontró, en su silla baja para hacer costura.
- Hola madre. Qué día tan esplendido hace hoy, aunque he leído que se acercan días de agua. - Se agachó y le besó en la mejilla con ternura.
- Hola hijo - respondió con voz entrecortada de pena, y quizás de rato que llevaba sin hablar con nadie.
- Madre le he dicho a Elvira que prepare la comida. En unos minutos nos avisará. Me voy a mi despacho. - salió de la estancia y fue hasta la habitación inmediata. Atravesó el comedor para llegar a la puerta de enfrente donde se encontraba su mesa de madera, bueno, era el despacho de su padre. Todas las paredes estaban llenas de estanterías con libros. Ahora él empezaba a comprender, porqué le gustaban tanto a su padre, y además amortiguaban los ruidos de otros pisos y habitaciones, estaba tranquilo allí.
Se sentó en el sillón, que requería un recambio, pues estaba hundido. Él era mucho más delgado que su padre pero era un recuerdo que le gustaba. Acercó el sillón a la mesa y extendió ante él la carta, y la volvió a leer por tercera vez.
Otra cosa que desconocía era esa empresa de Tabacos de Filipinas. No había oído hablar de ella.
Pensó en su tío-abuelo. Hacía muchos años, les había invitado a sus padres y a él a que fuesen a verlo. No lo conocían, y quería obsequiarles con los pasajes y la estancia en su casa. Menudo casa - ladeó la cabeza al recordarlo.
Se echó hacia atrás en el asiento. Si, le impresionó lo grande del mar, incluso del barco, cuando llegaron a Cuba, a La Habana, y finalmente a Marianao. Ya no sólo eran las dimensiones, sino el colorido, la extravagancia de sus árboles, hasta los animales son distintos, se decía una y otra vez.
La casa además estaba rodeada por unos hermosos jardines. Las estancias, grandiosas en su interior. Pero lo que más le gustó fue su amplio porche. Ahí solía reunirles su familiar, tío Salvador me dijo que lo llamara.
Igual que tú, me llamo Salvador Samá - me decía. Yo le miraba. Tenía la frente despejada, sus orejas estrechas apenas sobresalían de su pelo, con esa chaqueta y camisa blanca, que llevaba una corbata de lazo.
Uno de los últimos días, se puso melancólico pues sabía que se irían en poco tiempo.
- Cuando llegué aquí, era un chaval, no tan pequeño como tú, Salvador. Vine porque estaban mis tíos, Pablo y José. Les dije que quería empezar desde cero. Mis tíos tenían ya una gran empresa de comercio variado. Ahorraría y me montaría yo también un negocio. !Qué idea más infantil¡. Lo primero que me hicieron hacer fue que les acompañara a un sitio. - paró, y bebió un sorbo de coñac, le conminó a mi padre para que también lo hiciera.
- Horrible, la vida es horrible a veces. Nunca había asistido a una venta de esclavos. No comprendía que alguien pujase por una persona, por un grupo. Daba igual que fuesen hombres o mujeres, hasta con niños pequeños. Y daba igual el color, habían negros y morenos. En ese momento, me dije que yo no haría eso jamás.
Me miró, pues yo estaba asombrado, tenía los ojos como platos.
- En España hace años que la esclavitud está prohibida. Hay muchos países que lo han abolido, pero aquí aún existe. Yo no tengo, todos mis trabajadores cobran un sueldo y son libres. - mi miraba fijamente, para que comprendiese que él no era uno de esas personas.
Asentí con la cabeza. Eso le satisfizo y volvió a dirigirse a mi padre.
- Después murieron mis tíos. Les dije en su lecho de muerte que yo cuidaría de su familia, esposa e hijas que estaban allí, y que dirigiría el negocio. Lo vendí y repartí entre ellos, dándome una parte, según me dijeron ellos. Vendí su comercio que no daba apenas beneficios, y mi parte la invertí en los negocios portuarios, en vías de trenes. Incluso funde la Real Caja de Descuento, que luego fue el Banco Español de La Habana. En 1857, hice realidad uno de mis sueños, la Sociedad Anónima de Navegación por Vapor. Inauguramos un Teatro y el ferrocarril donde llegasteis. Este lugar, Marianao, no era nada cuando llegué, y ya veis ahora, un paraíso. - Extendió los brazos señalando el sitio donde estaban.
Tantas veces se lo había explicado su madre, que aunque él solo tenía cinco años cuando hizo el viaje, había acabado memorizándolo.
Al final, que era lo más importante añadió, si él fallecía, al no tener hijos, su padre se quedaría con todo. - Eso a mi edad, sí que lo comprendí, heredaría esa casa y ese jardín tan bonito.
Y aquí estamos ahora, tras recibir además un título nobiliario: soy el 2º Marqués de Marianao, pues al morir mi tío y mi padre al estar muerto, me toco recibirlo todo a mí.
A mi madre le tocó decidir qué hacer. Su albacea, que vino a verle, me dijo que lo mejor sería que vendiese todas las participaciones en todos los negocios que tuviesen en la isla, repartiese entre todos los familiares que se conociesen una parte, que se otorgase otra parte, y que aceptase para su hijo el título de marqués y el resto de lo que quedara. Así lo hicimos. Había propiedades en varias poblaciones de Barcelona y Tarragona. Además pedía que se hiciera un colegio en su pueblo natal, Villanueva, un hospital de caridad en La Habana y una iglesia, allí en Marianao, donde sería enterrado.
Poco había quedado tras los años. Aún le quedaban propiedades inmobiliarias, que poco a poco iba vendiendo, y ese sueño, ese suyo, que había siempre tenido estaba cogiendo forma. Nunca comprendió cómo ese hombre se presentó en su casa, hace tres años, al cumplir su dieciocho aniversario.
- Me llamo José Fontserè Mestre, soy maestro de obras. Me han dicho que quiere hacer una casa de estilo colonial y unos jardines.
Su madre y él quedaron anonadados. No habían solicitado ninguna obra, aunque muchas veces lo habían hablado entre ellos y con amigos.
- No tenemos mucho dinero, tendría que ser una casa que estuviese muy bien económicamente Sr. José.
- Por el dinero no se preocupe, ya nos ajustaremos a él, lo único que pido es que pueda crear el diseño libremente.
Quedaron varias veces, Fontserè le hizo acompañarle para que viese los trabajos que había efectuado: el edificio de hierro del Mercado del Borne, diversas casetas de servicio de jardinería, en la Ciudadela y la Fuente tan maravillosa, cada cosa que veía me alarmaba por el presupuesto que me pasaría, pero al mismo tiempo él no paraba de preguntarme, sobre mis recuerdos de la casa de Marianao.
- Si había muchas aves, tendría que tener un sitio donde se guarecían o guardaban, ¿qué aves vio?.
- No me acuerdo de una caseta, pero me imagino que sí, vi loros, cacatúas de muchos colores, y esos pavos reales con las plumas tan largas, preciosas.
- ¿Y los árboles? - continuaba el interrogatorio.
- Palmeras y mandarinos, todos los arboles con mucho color.
- Las Palmeras puede vivir con poca agua, pero los arboles frutales necesitan mucha agua, ¿alguna fuente o estanque recuerda?.
- Oh sí, es verdad. Había un lago en un lado de la finca.
- Tendremos que ir a visitar esa gran propiedad.
Cuando llegaron todos quedaron desolados. Él había ido una sola vez con su madre, un día, de pequeño, por lo que no tenía un recuerdo.
El terreno era plano, muy seco, con mucho sol, eso sí, grande. Bueno eso se lo dijo Fontserè.
Pasaron unas semanas hasta que volvieron a verse. Quedaron allí de nuevo en la propiedad.
Llegó con su coche de estribos, abrió la portezuela y ayudó a bajar a su madre que le acompañaba. Allí estaba esperándoles Fontserè, con algunos hombres. Al verles bajar, dijo algo a uno de ellos que corrió hacia su gran carromato.
- ¡Gracias por venir señora marquesa, marqués! - dio un poco de bomba al inclinarse al saludarles, le extraño eso, pero luego lo comprendió.
- Acérquense a este lugar donde comenzará el jardín y la casa. La entrada será aquí al sur. - dijo entusiasmado. Él no lo veía tan fácil, quizás le estaría tomando el pelo.
- Hemos tardado un poco, pero ya tengo el punto de partida necesario. - comenzó a explicar, ahora más lentamente - Al fin hemos encontrado agua subterránea, una mina de la que podremos extraer todo el agua que queramos.
- Eso lo cambia todo! - dije. Ahora sí que le empezaba a ilusionar. Allí había agua. - ¿Dónde? - preguntó.
- Algo lejos, a unos cinco kilómetros, pero nada que unas tuberías no puedan traer. - dijo. Se giró indicándoles hacia su carromato. Allí habían dispuesto un toldo para protegerse del sol, una mesa y unas sillas.- vayamos a la sombra por favor.
Fueron los tres hacia allí. Elevó una mano. Y el hombre que le hacía de ayudante, bajó del carro un gran papel enrollado. Lo desplegó y giró para que mi madre lo viese mejor.
- Es sólo un borrador, una primera aproximación. Hay que trabajarlo mucho, pero la idea se verá.
Me puse al lado de mi madre, aunque de pie. Fontserè extendió su dedo índice y lo llevó a un lado del plano.
- Donde estamos ahora será el lugar de entrada. Habría que cerrar todo el recinto con un muro, por precaución y seguridad. - afirmábamos mi madre y yo. - El terreno es muy grande, por lo que he pensado, si les parece bien, dividirlo en tres superficies. En cada una de ellas el hábitat será diferente, un jardín estilo francés, un lago con la casa y al final otro jardín más bucólico, más bonito aún que los anteriores.
Ese día lo tenía grabado en su mente. Cuando comenzó a explicar lo que habría en cada espacio, tanto mi madre como yo, nos embelesamos. Y ahora, ya acabado, no encuentro momento para no ir una y otra vez.
Una voz le hizo volver a la realidad.
- Señorito Salvador, su madre, doña Rafaela, le pide que se una a ella en el comedor, ya está dispuesta la comida. - salió de su estupor al escuchar a la criada.
Se levantó. Si ahora ese sueño se había convertido en una realidad. Que había superado con creces su recuerdo; ese lago, esos jardines, ese puente que tanto le había gustado a él y a su madre cuando estuvo acabado.
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